Entrevista a Antonio Di Ciaccia: analizante de Lacan

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LA OSCURIDAD DE JACQUES LACAN

por Doriano Fasoli, publicada originalmente en “El café ilustrado” N° 37-38 (2007)

Lacan

Antonio Di Ciaccia es Analista miembro de la Escuela de la Causa Freudiana de París, miembro de la Escuela Europea de Psicoanálisis (Sisep), y presidente del Instituto Freudiano de Roma. Es fundador del Instituto para niños psicóticos de Antenne 110 de Bruselas. Para Ed. Einaudi estableció la publicación en italiano de varios seminarios de Jacques Lacan. Dirige la revista del Campo Freudiano  “La Psicanalisi”

Doriano Fasoli:-Profesor Di Ciaccia, ¿cuándo y en qué circunstancias conoció personalmente a Lacan?

Di Ciaccia:-Hacia fines de los años sesenta había ido a estudiar psicología a la Universidad de Lovaina en Bélgica. En esa época, en la Universidad no se hacía otra cosa más que hablar de Lacan y el ambiente que frecuentaba estaba compuesto de jóvenes atraídos por el psicoanálisis. Con estos compañeros me había inscripto en las Jornadas de l’Ecole freudienne de Paris en el otoño de 1971, jornadas de estudio que como era habitual Lacan quería que fueran abiertas a todos y no reservadas exclusivamente a los psicoanalistas.

Finalizando una mañana, luego de la intervención de Safouan si mal no recuerdo, durante el debate, hice coraje y pedí la palabra. Coraje que luego me faltó por varios años. Dije algo en el micrófono; Lacan estaba saliendo de la sala por la puerta opuesta, lejos. A la noche, durante un refresco en l’Ecole freudienne de Paris, en rue Claude Bernard, veo a poca distancia a Lacan que caminaba entre la gran cantidad de gente. Le tomo la mano para saludarlo, él se da vuelta, me mira y me llama por mi nombre. Sorprendido le pregunté cómo sabía mi nombre. Me respondió que era yo quien lo había dicho cuando hablé finalizando la mañana. Y me dijo: “Usted ha dicho que un analista no es un analista delante de su propia mujer”. Era efectivamente la frase que yo había pronunciado. “Dígame, mi estimado, ¿a qué se dedica?” . Le respondí que era estudiante de psicología en la Universidad de Lovaina y que era sacerdote. Mis palabras le procuraron como una súbita alegría. “¿Sacerdote? ¿Estudiante en Lovaina? Dentro de unos días estaré en Lovaina y me gustaría que usted participase de los encuentros que haré allí”.
“Pero yo no soy analista” –dije -“ ¿y? -respondió. Arregló él mismo las cosas. Ahí mismo fue a buscar entre los presentes a Antoon Vergote, que estaba en compañía de Alphonse De Waelhens, ambos famosos profesores de la Universidad de Lovaina. El presidente de l’Ecole Belge de Psychanalyse -Vergote –debía ceder, luego de resistirse en vano, al pedido explícito de Lacan de que yo estuviera en esos encuentros. Así comenzó mi aventura junto a él.

AF:-Desde el punto de vista intelectual ¿qué representó Lacan en su vida? ¿fue con él que se analizó?

DC:-Para mí el encuentro con Lacan ha sido un cataclismo. Saludable, benéfico, vital. Desde el punto de vista analítico mi aventura con Lacan comenzó algún tiempo después y duró hasta su muerte. Diré sólo esto: Lacan como analista te hacía dar con la más real crudeza con los impasses de tu propio deseo, pero nunca te dejaba caer. Pienso que dije bastante con esto.

-Freud fue alumno de Brentano … ¿y quién fue el maestro por excelencia de Lacan, o reconocido como tal por él?

DC. Es el mismo Lacan el que indica como “nuestro único maestro en psiquiatría” a de Clérambault, el psiquiatra que dirigía la enfermería especial de la Prefectura de París cuando el joven Lacan se estaba formando. Era seguramente el mejor lugar para un joven médico psiquiatra para ocuparse de enfermos y ver la locura manifestarse sin velos. Pero de Clérambault no fue sólo su maestro por haberlo guiado en su primer acercamiento con los enfermos mentales, ya que había desarrollado además una teoría sobre el síndrome de automatismo mental – que son fenómenos psíquicos vividos, pero no reconocidos por el sujeto como suyos- que para Lacan son una ilustración del funcionamiento inconsciente del ser humano, como también había elaborado un cuidadoso estudio del delirio erotómano – en el cual un sujeto está convencido de ser el objeto del amor y de la pasión de un personaje público e importante, una estrella, un VIP, etc- y que Lacan indicará como un estadio peculiar en ciertas formas de psicosis.

No obstante sería reduccionista limitarse solamente a de Clérambault. Porque Lacan era médico y psiquiatra, pero era sobre todo psicoanalista. En este sentido no se puede decir que su psicoanalista, Loewenstein, haya sido su maestro. Pero sí Freud. Freud fue más que maestro, porque el nombre de Freud es el índice mismo del campo en el que Lacan ha desarrollado toda su enseñanza. Sin embargo, no pocas veces Lacan reconoció haberse inspirado y se ha referido a la obra de grandes maestros. No sólo los grandes del pasado: de Platón a Plotino, de Aristóteles a Santo Tomás, de Descartes a Kant – y podría seguir enumerando-, sino también con sus contemporáneos.

Se ve el recurso a Jaspers en su tesis de doctorado para liberarse de un excesivo psiquiatrismo, a Levy-Strauss para abrirse a cierta perspectiva sobre lo simbólico, a Kojéve cuya enseñanza lo introduce en Hegel, mismo el rol que le hace jugar a Marx sobre el descubrimiento del síntoma freudiano, y que podría parecer a primera vista una sutileza, mientras en realidad es de una inmensa y actual importancia.

AF:–¿Qué opinión tiene sobre el libro de Mikkel Borch-Jacobsen “Lacan, el maestro absoluto”, que recorre pacientemente todo el arco de la reflexión lacaniana?

DC:-Lo conozco, pero si bien como usted dice recorre todo el arco de la reflexión lacaniana, pienso que no aprovecha lo fundamental en la enseñanza de Lacan, lo que no lleva hacia una ‘erudición’ sino hacia una ‘encarnación’ de lo que hace a la pasión del hombre. Me parece que este libro erudito no aprovecha aquello que apasiona. Por eso no me sorprenden dos cosas. La primera, ese extraño título: “Lacan, el maestro absoluto” ¿ qué título es ese? ¿qué quiere decir? ¿Es un título consonante con aquel que ha puesto en el centro de su enseñanza que el Otro, el gran Otro, está barrado por estructura? Lo segundo que no me sorprende es el hecho de que este profesor haya contribuido en aquel ataque al psicoanálisis que fue “El libro negro del psicoanálisis”. Como recuerda Elisabeth Roudinesco en “El anti libro negro”, se trata de un autor que forma parte de la escuela revisionista americana, la de los ‘destructores de Freud’.

AF:-¿Qué otros conocimientos, además del psicoanálisis, se ponían en juego en el pensamiento de Lacan?

DC:-Esta pregunta requiere de al menos dos respuestas. La primera es esta: ya desde joven Lacan manifestó una curiosidad intelectual sin par. De adolescente se interesó por Spinoza, de joven frecuentó el ambiente parisino de Joyce, fue amigo de Salvador Dalí, de los surrealistas, de Picasso. También de médico psiquiatra y psicoanalista cultivó intereses más allá de su campo: tenía contacto y conocía el trabajo de escritores, ensayistas, filósofos e intelectuales provenientes de los ambientes más diversos, como Géorges Bataille, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Raymond Quénaux, Pierre Teihard de Chardin, Maurice Merleau-Ponty, Roman Jakobson, Martin Heidegger, etc. Él permaneció siempre abierto a cuanto el otro podía aportarle como saber. En un cierto sentido también se renovó a partir de que diversos intelectuales, y no sólo analistas, asistieron por un tiempo a su seminario, cito entre otros por ejemplo a Andrè Green, Jean Hyppolite, Paul Ricoeur, Michel de Certeau, Philippe Sollers, Julia Kristeva, etc.

La segunda respuesta necesita precisión en la pregunta: para Lacan, ¿cuáles son los saberes necesarios en la formación del psicoanalista? A una pregunta formulada de este modo ya habían respondido los analistas anglosajones, en memoria del hecho que Freud mismo para ilustrar el complejo humano por excelencia recurrió al Edipo de Sófocles, o que para mostrar otros aspectos del funcionamiento del inconsciente se remitió a escritores como Heine o Goethe. La literatura es necesaria entonces en la formación del psicoanalista, y con ella las diversas manifestaciones de la cultura, porque ilustra – mejor dicho, enseña- varios aspectos de lo que comúnmente se llama psiquis.En este sentido Lacan mismo, para ilustrar el deseo inconsciente se apoya en Hamlet de Shakespeare, y directamente se deja llevar de la mano de Joyce, como si fuese su Virgilio, en la última enseñanza sobre el síntoma. Lacan amplía desmedidamente los campos que el analista en formación debe afrontar. Y él mismo nos obliga a ocuparnos de estos campos si queremos seguir el hilo de su enseñanza.

Así encontramos un recurso constante a varios saberes: además evidentemente de la psiquiatría y la literatura clásica psicoanalítica, no sólo la freudiana, encontramos que en Lacan su elaboración se entrelaza con la filosofía – una novedad respecto de Freud-, con la lingüística, etnología, sociología, lógica, la teología misma, la matemática, en fin, la topología. ¿Pero para qué sirven todos estos saberes?¿Por qué un psicoanalista debe cultivarlos?

Para comprenderlo es necesario considerar que, según Lacan, el inconsciente freudiano no es algo inefable o un estado afectivo del que no se puede decir o saber nada. Nosotros sabemos o sostenemos al menos una hipótesis: que el síntoma que produce sufrimiento tiene un sentido. Es precisamente sobre esta huella que nos dirigimos a un analista esperando que su interpretación tenga un efecto sobre el síntoma. Decir esto quiere decir en pocas palabras lo que Lacan dice en su famoso aforismo: el inconsciente está estructurado como un lenguaje.

Lo importante aquí es el “como”. Según Lacan, Freud afirma – y la clínica psicoanalítica atestigua- que el síntoma cede, se modifica, se desplaza, disminuye o directamente aumenta en respuesta a la interpretación del analista. Si es así, quiere decir que el inconsciente es un saber, aún cuando es un saber distinto al consciente. Aunque inconsciente, es un saber hecho por la misma estofa que los demás saberes. Esta es la hipótesis de fondo para que pueda haber psicoanálisis.

En pocas palabras, cuando el síntoma es un hecho médico, y aquello es una disfunción del organismo, entonces es necesario intervenir sobre el organismo, con la farmacología por ejemplo. No es este el campo propio del psicoanálisis. Pero cuando el síntoma es un sufrimiento que se presenta repetidamente y señala al sujeto que hay algo que no va – por ejemplo, si un sujeto no puede tener una relación de pareja y cada vez el asunto va peor, siempre del mismo modo aún si las situaciones son completamente diferentes- entonces tenemos algo que hacer con un síntoma que le hace signo al sujeto, y estamos en el campo propio del psicoanálisis.

Retornando a la cuestión de los saberes, el psicoanalista recurre a todos los saberes que pueda conocer para acercarse al máximo al saber ‘inconsciente’. ¿Por qué el analista recurre a un estratagema así? Porque el ser humano no tiene un instrumento específico para abordar el saber inconsciente, y su propio pensamiento es inadecuado. Debe hacer un desvío.

Usted me dirá: ahora llegan las neurociencias y se entenderá todo. Calma. El saber de las neurociencias seguramente podrá hacer su contribución, pero si pretende revelar el inconsciente – el inconsciente como lo entiende Freud- , y entonces lo logra, toda la experiencia freudiana es una mentira. O no lo logra, y debe dar un paso atrás.

Por ahora los descubrimientos de las neurociencias y también las investigaciones de la llamada psicología científica aclaran cosas que están en las antípodas del inconsciente freudiano. Hay quienes lo confunden, generando entonces una gran mescolanza.

AF:-Lacan definió la sublimación como la articulación entre el sujeto y la “cosa”, ¿podría decir con palabras simples qué es esta “cosa”?

DC. Si hablara con un colega lacaniano bastaría decir que “la cosa” es aquello que resiste a cualquier significantización. Si hablara con un colega freudiano , diría que la “cosa” – o mejor, como la llamaba Freud, das Ding -está íntimamente relacionada con el objeto perdido, que vuelve a buscarse durante toda la vida aún si nunca existió: se trata en suma, para permanecer en términos edípicos, de aquel goce mítico que habríamos tenido si la madre hubiese sido toda para nosotros y no hubiese venido el hinchapelotas del padre a reorientar hacia él el deseo de la madre.

Tomemos la cosa antes que nada en el nivel en el que la filosofía lo hizo durante siglos. En nuestro centro hay algo de lo que no sabemos qué decir ni cómo manejarnos. Tomemos a modo de ejemplo la simple pregunta: ¿Quién soy? Cualquier cosa que diga para responderla no hará otra cosa más que no decir de mí, que gira a mi alrededor y no soy yo. Puedo decir que soy hijo de Tizio y de Caia. Pero también lo son mis hermanos. Puedo decir esto o lo otro, pero no llego nunca a nombrar mi ser. Tanto que puedo decir al mismo tiempo – como le pasa a todo el mundo- que soy un genio y un cretino. Pero aún si fueran verdad ambas , estas definiciones que me doy no dicen de hecho quién soy yo.

En el centro de mí, en lo más profundo de mí hay un silencio, un vacío, hay la más profunda alteridad, como ya había percibido finamente San Agustín. La pregunta se redobla con el interrogante : ¿qué cosa soy yo? O mejor aún, ¿qué cosa soy para ti? Pregunta dirigida a la madre, al padre, al conyugue, al hijo, al amante, etc.

Tampoco aquí sabemos la respuesta y esperamos que el otro nos la diga. A menudo esperamos que la respuesta sea signo de amor. El amor nos asegura que tengamos un lugar, por ejemplo, en el corazón del otro. Si falta el amor perdemos la brújula. Y directamente nos puede parecer que todo pierde sentido. No sabemos más quiénes somos, qué cosa somos. Ya no hay gusto por la vida. En suma, más allá de saber si es bueno o es malo, ese vacío, este silencio, este sin sentido, para el ser humano es estructuralmente central.

Ahora, ¿qué revela el proceso analítico ateniéndose a la regla fundamental de decir todo lo que venga a la mente en un análisis? Nos revela que el sujeto dirá, se percate o no, todas sus representaciones –todos sus significantes, decimos en la jerga lacaniana- que se ponen a girar como en un vértice en torno a un vacío de representación, vacío que las aspira y que funciona, si puedo utilizar esta imagen que vale lo que vale, como el famoso agujero negro en el que terminan las galaxias. Todo el análisis gira en torno a ese agujero negro, que tiene dos vertientes.

La primera: todo aquello que yo pienso de mí no dice aquello que soy, pero gira alrededor de ese agujero central que lo aspira. Y la segunda: también todos los objetos – sobre todo las personas- que yo querría, que desearía, que podrían hacerme gozar, por las que quisiera ser amado, giran alrededor de ese famoso objeto freudiano del que hablaba al principio, que es un goce mítico, que nunca existió, y sin embargo del cual siempre tengo hambre, que quiero, que exijo, que grito frente al mundo el derecho de tenerlo.
Este agujero negro, entonces, tiene dos vertientes. ¡Qué desgracia! Dirá usted. Es lo que canta el coro de Sófocles: – quien no hubiera nacido nunca!

El psicoanálisis, la potencia del psicoanálisis, es la de derrocar este agujero negro haciendo que el sujeto lo reencuentre; no sólo la verdad de su ser está precisamente allí, sino que es desde allí que podrá humanamente desear, que podrá humanamente gozar.

La “cosa” es el nombre dado en una primera aproximación a este agujero negro.

AF:-¿De dónde nace el interés de Lacan por la anamorfosis?

DC:-¿Qué es una anamorfosis? Hay frescos, cuadros – tomemos el volumen de Baltrusaitis- directamente de las historietas, en la que ustedes ven cierta cosa , para retomar una ilustración de Arcimboldo, por ejemplo, ustedes ven una naturaleza muerta , con una rosca, cebollas, zanahorias y verduras, pero si giran el cuadro verán la figura de un hortelano. Lacan recorre la anamorfosis porque ilustra bien el derrocamiento de la mirada que se tiene y que debería tenerse en análisis. La anamorfosis princeps que él usó la encontramos en el Seminario XI , es el cuadro “Los Embajadores” pintado por Hans Holbein en 1533, y que se encuentra en Londres en la National Gallery.

embajadores

En este cuadro hay un objeto extraño, suspendido, oblicuo, una especie de torpedo delante de los dos nobles personajes.

Mirando el cuadro, esa ‘cosa’ fastidia. Es un hapax para un cuadro tan logrado como puede ser una obra de este gran artista, pintor de la corte del rey Enrique VIII de Inglaterra.

En su magnificencia, el cuadro vuelve a proponer el verdadero valor del mundo: son reproducidos todos los objetos que en la época eran símbolos que representaban la vanidad ¡Qué bellos son para ver estos símbolos de la vanidad del mundo! Sólo esa especie de hueso sepia que está ahí atravesado molesta y no es bello de ver. ¿Pero qué es?¿Qué hace ahí? Para saberlo, es necesario salir de la habitación y darse vuelta. Si se está en la angulación correcta se verá la verdad del cuadro: es un cráneo. El cuadro dice la verdad de toda esa magnificencia: la verdad es la muerte.

Cada uno de nosotros se encuentra en su propia vida como en una anamorfosis: creemos estar en el circo y en cambio estamos en la arena, como dice Henri Miller en algún lado. Aún si Lacan dijera lo contrario: creemos estar en la arena y estamos en el circo. Y bien, la “cosa” se presenta siempre en la vida como una anamorfosis. De la ‘cosa’ no se puede tener una visión directa.

El trabajo del análisis es, para Lacan, aquel trabajo que te permite ocupar convenientemente el lugar desde donde puedes ver qué cosa es la ‘cosa’ que te inquieta, que es el centro de tu pensamiento y de tu vida misma.

AF:-En Pascua de 1955 Lacan fue a Friburgo en compañía de Beaufret para encontrarse con Hiedegger. Él, refiere Beaufret, pareció bastante turbado por la cuestión de la transferencia como relación afectiva del paciente con el analista, y dirigiéndose a Lacan le preguntó: “ ¿Pero la transferencia?”. A lo que Lacan respondió: “La transferencia no es eso que comúnmente se dice, comienza con la decisión de dirigirse a un psicoanalista”. La transferencia, tradujo en buen alemán Beaufret, no es más que un episodio interno al psicoanálisis, su condición a priori. ¿Comparte la respuesta de Lacan?

DC:-Evidentemente las longitudes de onda no estaban sintonizadas. Lacan dijo ‘silbatos’ (fischi) y Beaufret entendió ‘frascos’ (fiaschi). Ignoro lo que haya pensado Heidegger. Cierto, habrá quedado perplejo. El asunto requeriría de un largo tratamiento, pero intentaré ser suscinto y claro. Cada vez que un ser humano se dirige con la boca, o con lo que sea, a otro, se verifica , digamos, una interdependencia.

Interdependencia que nunca está equilibrada – aún si la quisiera equilibrada. La palabra, como cada forma también no verbal de comunicación – la sonrisa del lactante, por ejemplo- requiere de una respuesta, aún no verbal (esto lo digo para deshacer aquella gran mentira que reduce el lenguaje solamente a lo verbal). Se crea así un campo donde el amo es la sugestión. Se trata de aquella sugestión corriente que la palabra como tal porta consigo. Decimos: “me lo dijo el médico, entonces es cierto; lo leí en el diario, entonces es verdad; lo escuché en la televisión…”. Toda la publicidad saca aprovecho de esta vena.

Ahora, por una suerte de impropiedad hay una confusión entre sugestión y transferencia. Decimos que, impropiamente, se llama transferencia a todas las formas de sugestión en las que interviene directamente otro ser humano al que el sujeto se dirige de cierto modo y que ocupa para él un lugar determinado: médico, profesor, juez, sacerdote, etc, etc. En esta línea evidentemente también está el analista. Por eso podemos decir que la transferencia se produce –normalmente- de modo automático.

En ese sentido la transferencia es una rama injertada en el tronco de la sugestión. El joven psicoanalista se maravilla con que esta transferencia-sugestión se ponga en movimiento y cree que es gracias a su capacidad. Si piensa así, es como el asno – para retomar la metáfora elegida por Lacan- que cree que la gente que se arrodilla a su paso lo hace por él, y no por el Sacramento que transporta – como sucedía en esos tiempos.
Cierto, cuanto menos se ha analizado el analista, más infatuado de sí está, y más expuesto a decir y hacer enormes disparates.

Aquí, para abrir un paréntesis, se perfila la importancia de las Escuelas o de las Sociedades Analíticas, que vuelven a bajar a tierra al analista superestelar. El analista debe entonces saber que la transferencia es una rama injertada en el tronco de la sugestión, pero debe además saber diferenciarlas – cosa que ni siquiera Freud ha podido hacer siempre. ¿Qué es la sugestión? Es el efecto inmediato y automático de la palabra en el campo intersubjetivo. ¿Qué es la transferencia? Es el análisis de la sugestión. Cuando se dirige a un analista aquello que se puso en marcha por la sugestión, podría transformarse en transferencia si el analista ocupa su lugar. Le toca entonces al analista – renunciando del modo más absoluto, categórico, imperativo e inderogable a aquel poder que el paciente le confiere- operar de modo tal que sea efectivamente análisis de la sugestión.
Sólo entonces se puede hablar con propiedad de transferencia. Y entonces, en esta perspectiva, el ámbito de la transferencia es eminentemente el analítico.

AF:-¿Cuál era el identikit político de Lacan?

DC:-Si mal no recuerdo Jacques-Alain Miller dijo una vez que Lacan votaba a De Gaulle. Pero estaba muy, muy interesado en la izquierda.

AF:-Luego de la muerte de Lacan hubo divisiones, luchas internas; para usted ¿quién recogió “legítimamente” la herencia?

DC:-Permítame decirle que la pregunta es equívoca. Si Usted me pregunta si Lacan ha confiado su obra escrita y hablada a alguien y quién es ese alguien, la respuesta es clara, aún si fue puesta en discusión por un número de personas que directamente recurrieron a la justicia en los tribunales de París. El que no pudo hacer más que atenerse a las claras indicaciones del testamento de Lacan: la persona indicada por Lacan es Jacques-Alain Miller. Diré, sobre este aspecto, que no hay nada más que agregar.

Si Usted me pregunta quién puede decirse éticamente heredero, creo que la pregunta no tiene sino esta respuesta: es éticamente heredero no quien goza de los derechos sino quien sabe estar al paso del deber, no ya la que Freud y Lacan pedían, sino del deber que requiere la estructura del inconsciente.

En ese sentido decimos que Lacan fue el heredero ético de Freud . Pienso que es tarea de cada analista estar a la altura y ser éticamente responsable del legado que es el psicoanálisis y de la tarea que es la práctica clínica.

AF:-¿La clínica era fundamental para Lacan?

DC:-Lacan es conocido como el psicoanalista filósofo, el psicoanalista lingüista, etc, etc. Lacan en cambio era esencialmente un clínico.

La clínica era esencial .¿En el fondo, qué es la clínica? Es el tratamiento de la “cosa”. Esta “cosa” que como seres humanos nos atraviesa, nos inquieta, nos atormenta, nos hace soñar, nos hace delirar, enloquecer, pero que también nos hace inventar, nos hace crear.
¿De qué modo se manifestaba esta práctica clínica de Lacan? Pocos saben que mantuvo toda su vida, todas las semanas, una práctica muy difundida en la psiquiatría francesa como en la alemana, de la presentación de enfermos que él hacía en el hospital de Sante-Anne.

Todos saben que Charcot las hacía en el hospital de la Salpêtriere y que Freud asistía. Lacan entonces escuchaba y hablaba con un enfermo ante la presencia de un pequeño grupo de clínicos. Yo no tuve la suerte de asistir, pero quienes lo hicieron la refieren no sólo de un trato único, un saber dosificar las palabras para que digan y no hieran, en suma, sabía crear un encuentro único con el enfermo – y se trataba de enfermos graves- de los que a veces hacía un seguimiento a través del psiquiatra que lo había asistido en ese encuentro.

Es un aspecto de la clínica que llamaría psiquiátrico-psicoanalítica de Lacan. No era de hecho menos que esa que llamaría clínica psicoanalítica por excelencia en el manejo de la transferencia.

Uso con gusto este término, manejo de la transferencia, porque indica lo contrario del intelectualismo: en la cura analítica él estaba presente, terriblemente presente, activo en la más perfecta pasividad. ¿Qué se percibía de él, imperiosamente? Como una pulsión, de modo que tú, paciente, afrontaras tu “cosa” sin recurrir más a las ficciones de tu síntoma. Pero esta pulsión era totalmente silenciosa: su palabra, su gesto, su presencia, no consolaba ni aconsejaba, sino que indicaba los impasses en los que sostenías la apariencia de ir, donde decías querer ir -por ejemplo, hacia la solución de tu síntoma- mientras ibas hacia el otro lado.

En el fondo el psicoanalista debe saber una cosa: que el paciente que le pide curarse no le ha dicho que lo quiera: ¡se está tan bien en el caldo del propio síntoma que no se vé por qué deshacerse de él! Lacan sabía encarnar esta instancia ética qué tú, sujeto, eres responsable de tu inconsciente. Esto que digo lo aprendí de él cuando era un caso clínico suyo. Pero es también lo que me permite encarnar – espero que vez por vez- la función del analista.

Traducción: NATALIA PALADINO

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