COVID 19

La vacuna de la corrupción por Lilibeth García

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La vacuna de la corrupción

A la luz de la conversación que tuvimos el miércoles pasado donde se plantearon preguntas y diversas lecturas sobre el escándalo de las vacunas, decidí articular esas ideas con algunos planteamientos extraídos de Miquel Bassols y Jacques-Alain Miller.

Tomo algunos interrogantes planteados e intentaré compartir una lectura posible. Una pregunta, a mi parecer importante de dilucidar, fue: “¿si te hubieran ofrecido vacunarte que hubieras hecho tu? es la misma pregunta que se hizo Rafael Roncagliolo -ex canciller del Perú-, en una entrevista que le hicieron, donde planteaba que la respuesta, ante los sucesos de la vacunación anticipada, no debe ser fiscal sino ética. Es claro, por otro lado, que es una pregunta complicada, difícil de contestar, como muy bien lo señalaron la noche del miércoles pasado, tendríamos que haber estado en el momento. Desde afuera el fenómeno parece simple pues cuando se asume una postura exterior, si te vacunaste eres corrupto, pero si no, no lo eres. 

En ese sentido resulta preciso citar a Miquel en este punto:

“La paradoja empieza con la idea de que los corruptos son siempre los otros y que eso nunca es responsabilidad mía. Sigue con la idea de que el corrupto lo es con el único fin de un beneficio y de un goce propio. Y sigue todavía más con la idea de que el corrupto nunca se siente responsable, de que es alguien sin escrúpulos, sin sentimiento alguno de culpa, alguien que goza como nadie con el beneficio de su secreta corrupción”.

Es imposible no identificar todo ello en la interpretación que la sociedad hace del llamado “vacunagate”. Sin embargo, la introducción de la pregunta inicial es interesante porque cuestiona la idea de que somos incorruptibles.

Quisiera tomar dos puntos que me parecieron muy interesantes para entender los resortes de la corrupción: La ley de reciprocidad y el grupo.  En nuestra pasada reunión se conversó sobre como la corrupción involucraba a gremios y grupos (médicos, investigadores, etc.). Este aspecto es esencial pues una paradoja articula la corrupción, en un sentido la corrupción es segregativa -porque solo algunos se vacunaron y otros ciudadanos, la gran mayoría, no- pero también es un fenómeno de grupo y se sostiene en la “ley de reciprocidad”, del gozar tan igual que el otro.  Esta ley que hace que se crea poder gozar tan igual que el otro es lo opuesto de lo que en psicoanálisis sabemos del goce, que es incomparable y singular. En ese sentido Bassols nos dice que la corrupción no es por imitación sino por el contagio de un modo de gozar. Contagio que segrega, pero también hace espíritu de cuerpo, punto fundamental pues como dice Miller “Donde hay grupo hay corrupción. ¡No existe cero de más de gozar!”. Es el lado de mutualidad y reconocimiento de igualdad de goce.

Finalmente, esta perspectiva introduce en el seno de cualquier grupo la posibilidad de corrupción, por ello Miller no niega que los efectos de grupo son perfectamente posibles y existen dentro de la comunidad analítica, sin embargo, el dispositivo del pase, como acto voluntario, si bien no es una vacuna contra la corrupción y el grupo, es la posibilidad del encuentro con lo singular del goce en cada uno.

PSICOLOGÍA Y PANDEMIAS: ¡SÁLVESE QUIEN PUEDA! Por Farid Kahhat

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IV FORO LATINO EN RED

ZADIG LA MOVIDA LATINA

¿A dónde vira la época?

PSICOLOGÍA Y PANDEMIAS: ¡SÁLVESE QUIEN PUEDA!

Farid Kahhat

 Según H. P. Lovecraft, “La emoción humana más antigua y poderosa es el miedo, y la clase más poderosa de miedo es el miedo a lo desconocido”[1]. Algo debía saber Lovecraft sobre el miedo, dado que es uno de los autores de historias de terror más reconocidos en el mundo. El miedo a lo desconocido se asemeja a lo que, como vimos, en economía se denomina “incertidumbre”. No es lo mismo porque un supuesto básico de la teoría económica (salvo en la economía conductual), es que las personas actuamos con base en la razón, y no con base en nuestros miedos. Lo que eso implica es que, cuando menos en un sentido instrumental, buscamos comportarnos de manera racional. Es decir, dados los medios a nuestra disposición, intentamos calcular la forma de emplearlos para conseguir nuestros fines al menor costo posible. Pero, a su vez, en economía se distingue entre riesgo e incertidumbre. La diferencia fundamental es que, como se mencionó antes, el riesgo es aquella situación en la cual, aunque no sepamos con certeza cuál de los escenarios posibles nos deparará el futuro, disponemos de suficiente información como para asignarle a cada escenario posible un grado de probabilidad. Cuando lanzo una moneda al aire, por ejemplo, no sé si cuando esta caiga al piso obtendré cara o sello. Pero sé al menos que, si es una moneda bien diseñada y se lanza sobre una superficie plana, cada uno de los dos resultados posibles (es decir, cara o sello), tiene un 50% de probabilidades de ocurrir. En el caso de la incertidumbre, en cambio, no solemos tener información suficiente como para calcular el grado de probabilidad de diferentes escenarios. La pregunta, por ende, sería ¿cómo actuar en forma racional cuando no podemos siquiera asignar una probabilidad de ocurrencia a un determinado escenario? Una respuesta sería que, bajo esas circunstancias, tiene sentido prepararse para los peores escenarios posibles, siempre y cuando el costo de hacerlo no sea demasiado elevado. Por ejemplo, deberíamos comprar grandes cantidades de bienes esenciales (como alimentos, agua, objetos de higiene personal, etc.), ante la posibilidad de que escaseen como consecuencia de la pandemia. El problema es que, en ese escenario, la conducta que es racional desde mi perspectiva individual podría ser perjudicial para la sociedad en su conjunto. El ejemplo habitual en economía es el de una corrida bancaria. Escucho decir que el banco en el que deposité mis ahorros está a punto de quebrar y no tengo suficiente información para saber si eso es verdad. Ante la posibilidad de que ese rumor sea cierto, parecería prudente retirar mis ahorros de ese banco. Sobre todo si otros hacen lo mismo, lo cual podría deberse a que están en la misma situación de incertidumbre que yo, pero también podría deberse a que cuentan con información que yo ignoro (en cuyo caso me convendría seguir su ejemplo). Ahora bien, si todos retiran sus depósitos al mismo tiempo, esa conducta podría llevar a que el banco quiebre incluso si el rumor inicial era falso. Estamos ante una profecía auto-cumplida: si la mayoría de ahorristas cree que el banco está a punto de quebrar y actúa con base en esa creencia, el banco terminaría por quebrar incluso si esa creencia era falsa.

 Uno de los aportes de la economía conductual fue demostrar mediante pruebas sociales y experimentales que la barrera entre lo racional y lo irracional, que la teoría económica suponía infranqueable, es en realidad una barrera tenue y permeable. Eso es algo que sostenía Freud e intuía Lovecraft con un siglo de anticipación. No parece casual, por ejemplo, que la literatura de terror naciera en una época marcada por el racionalismo. Paradoja que resumía así una noble francesa del siglo XVIII, “No creo en los fantasmas, pero me dan miedo”[2]. O, en términos de la economía conductual, por regla general los seres humanos intentamos comportarnos de manera racional, pero no siempre lo conseguimos.

 No es que los economistas ignoraran que los seres humanos nos comportamos en ocasiones de manera irracional. Pero suponían que el comportamiento irracional era la excepción antes que la norma y que, de cualquier modo, era difícil de entender dado que no seguía un patrón social, sino que era idiosincrásico. Es decir, cada individuo era irracional de una manera diferente: de allí la existencia de expresiones coloquiales como la de “cada loco con su tema”. Un aporte distintivo de la economía conductual (luego aplicado a otras ciencias sociales), fue el demostrar que existían patrones sociales en la conducta irracional. Se trata, sobre todo, de lo que en psicología se conoce como “sesgos cognitivos”[3]. Es decir, errores de cálculo o de percepción comunes en nuestra especie, los cuales son producto de la forma en la que suele funcionar nuestro cerebro. Sobre todo, cuando debemos tomar decisiones importantes con base en información escasa o ambigua y sin tiempo suficiente para procesar esa información (es decir, cuando debemos tomar decisiones bajo condiciones que provocan estrés o ansiedad). Los sesgos cognitivos son pues errores predecibles.

 Esos sesgos cognitivos proveen una explicación diferente de las compras de bienes esenciales en tiempos de pandemia: el sesgo cognitivo aplicable a compras que en el escenario anterior parecían racionales pero que ahora se tornan compulsivas, es aquel denominado “ilusión de control”[4]. Según este, las personas tendemos a exagerar el grado de control que tenemos sobre resultados que son importantes para nosotros. Lo hacemos incluso cuando hay suficiente información para saber que se trata de resultados aleatorios (es decir, producto del azar) o que dependen de factores ajenos a nuestra voluntad. Las pandemias son momentos de gran ansiedad producto de la incertidumbre. Bajo esas condiciones, las personas estarían intentando recuperar una sensación de control a través de la compra de bienes que, en realidad, no requieren. Habría que agregar que no requieren esos bienes porque no satisfacen una necesidad material inmediata, pero sí satisfacen una necesidad psicológica. A saber, la necesidad de sentirse en control de escenarios posibles a los que no pueden atribuir de manera realista una probabilidad de ocurrencia, pero que, en caso de ocurrir, podrían implicar un gran costo para la persona y su familia. 

 Presumo que es posible que la siguiente conducta se explique como un caso de disonancia cognitiva: hablo del hecho de que personalidades e instituciones influyentes calificaran la pandemia del Covid-19 como un Cisne Negro. En lógica se recurre en ocasiones a los cisnes para ejemplificar la diferencia entre inferencia deductiva (es decir, el intento de conocer algo yendo desde lo general hacia los casos particulares), e inferencia inductiva (propia de la estadística, y que consiste en intentar conocer algo yendo de los casos particulares hacia la generalización). Un caso de inferencia deductiva es el silogismo más citado en la historia de la lógica:

Todos los hombres son mortales,

Sócrates es un hombre,

Luego, Sócrates es mortal.

 La primera oración es la premisa mayor (que nos dice algo sobre los hombres en general). La segunda oración es la premisa menor (que nos dice algo sobre un hombre en particular). la tercera oración es la conclusión que deriva (por inferencia deductiva) de esas premisas. Baste decir aquí que, en un silogismo, si las premisas son verdaderas y la inferencia deductiva es correcta, entonces la conclusión (Sócrates es mortal), tiene por necesidad que ser verdadera. En otras palabras, la inferencia deductiva produce un conocimiento que nos brinda una certeza absoluta.

 La inferencia inductiva en la que se basa la estadística, en cambio, produce un conocimiento probabilístico. Por ejemplo, si he visto un gran número de cisnes a lo largo de décadas en una infinidad de lugares y todos ellos han sido de color blanco, la estadística podría decirme cuál es la probabilidad de que el próximo cisne que vea también sea blanco. La estadística concluirá que es altamente probable que el próximo cisne que vea sea blanco, pero no podría concluir que no existe ninguna probabilidad de que ese cisne sea de otro color. Es decir, los conocimientos que obtenemos a través de la inferencia inductiva, en general, y de la estadística, en particular, no nos brindan una certeza absoluta. El de los cisnes es, por cierto, un ejemplo eurocéntrico: lo que en realidad se quería decir es que ninguna persona proveniente de Europa (continente que se preciaba de estar en la cúspide del conocimiento humano, incluido el conocimiento de otras regiones del mundo), había visto jamás un cisne que no fuera blanco. Por eso causó asombro el que una expedición europea hacia Australia Occidental a fines del siglo XVII “descubriera” (no era precisamente un secreto para los nativos), que existían cisnes de color negro.  

 En su libro El Cisne Negro, el especialista en estadística Nassim Taleb emplea esa anécdota como metáfora para explicar cierto tipo de eventos[5]. Para nuestro propósito, resumiremos la idea de la siguiente manera: un Cisne Negro es un evento cuya ocurrencia es altamente improbable pero que, en caso de ocurrir, tendría un enorme impacto sobre la sociedad. Algunos sostienen que ese sería el caso de una pandemia mundial. De hecho, definieron la pandemia del Covid-19 como un Cisne Negro el banco de inversión Goldman Sachs[6], la empresa de capital de riesgo Sequoia Capital[7], y la revista de negocios Forbes[8]. El problema con ello es que el libro de Nassim Taleb (del cual tomaron tanto el término como su definición), sostiene explícitamente lo contrario. En su libro Taleb sostiene, textualmente, no sólo que una pandemia mundial era un evento probable, sino además que su probabilidad de ocurrir crecería con el paso del tiempo: “Mientras más viajemos en este planeta, las epidemias se harán más agudas. (…). Veo riesgos de que un virus muy extraño y agudo se propague por todo el planeta”[9]. Entrevistado sobre el tema, Nassim Taleb reiteró lo que sostenía en su libro, añadiendo que en su opinión la pandemia del Covid-19 si acaso era un Cisne Blanco. Es decir, un evento cuya  probabilidad de ocurrencia era significativa y que, por ende, podía preverse[10]

 Existen varias razones para coincidir con esa estimación de Nassim Taleb. De un lado, las pandemias son eventos recurrentes en la historia de la humanidad. La actual pandemia se produce un siglo después de que la Gripe Española diezmara parte de la población mundial, y es la tercera pandemia en un lapso de tan sólo diecisiete años (es decir, desde la pandemia del SARS en 2003). Más de uno entre los análisis de riesgo para 2020 preveía que uno de los riesgos probables para la economía mundial era la posibilidad de que ocurriera una pandemia. La Unidad de Inteligencia de la revista The Economist, por ejemplo, consideró que eran cinco los riesgos principales para la economía mundial en 2020: el tercer lugar lo ocupaba la posibilidad de que “El Coronavirus provoque un daño perdurable a la economía global”[11]. Ese era un escenario al que asignaba una probabilidad de ocurrencia de un 20%. No sólo existían estimaciones que nos advertían de que una pandemia mundial era probable, también existían estimaciones que nos advertían de que, en caso de ocurrir, no estábamos preparados para enfrentarla. Por ejemplo, el Índice de Seguridad de Salud Global de 2019 contenía un capítulo cuyo título no requiere explicación: “La seguridad sanitaria nacional es débil en aspectos fundamentales alrededor del mundo. Ningún país está debidamente preparado para epidemias o pandemias, y todos los países tienen problemas importantes por resolver”[12]. En otras palabras, existía suficiente información como para saber que una pandemia era probable y que era necesaria una mayor preparación para poder afrontarla en forma apropiada.

 ¿Por qué entonces tantos entre quienes, por razones profesionales, debían saber eso definieron la pandemia, de manera absolutamente inverosímil, como un Cisne Negro? Páginas atrás sugerí que podía tratarse de un caso de disonancia cognitiva[13]. Es decir, un sesgo psicológico bajo el cual, cuando somos confrontados con nueva información que contradice creencias previas sumamente arraigadas, tendemos a ignorar la nueva información o a distorsionarla para que sea compatible con nuestras creencias. Actuaríamos de ese modo para evitar la tensión psicológica que genera la disonancia cognitiva. En el caso de Goldman Sachs, por ejemplo, las consecuencias de la pandemia contradecían la conclusión fundamental de sus análisis económicos (según la cual no había razón alguna para creer que fuera probable una recesión en la economía estadounidense). En uno de esos análisis, por ejemplo, Goldman Sachs sostenía lo siguiente:      

“Durante el período de la ‘Gran Moderación’ anterior a 2007, muchos economistas tenían la esperanza de que varios cambios estructurales y de políticas hubiesen hecho que la economía fuese fundamentalmente menos proclive a la recesión. Aunque esta visión sufrió un serio golpe con la crisis y la profunda recesión subsiguiente, creemos que muchos aspectos de la Gran Moderación todavía están intactos, y algunos incluso se han fortalecido”[14].

 El término “Gran Moderación” alude a la teoría según la cual, tanto por cambios estructurales en la economía como por cambios en la política económica, las cinco variables que, según Goldman Sachs, habrían sido las causas de todas las recesiones estadounidenses durante el último siglo habían perdido relevancia como causas probables de una futura recesión. Una de esas variables, por ejemplo, fueron los shocks petroleros de los años setenta (es decir, la disminución de la oferta mundial de petróleo por acción de un cartel como la OPEP, lo cual producía una elevación de su precio): los avances tecnológicos y el peso decreciente de la producción industrial como proporción del PBI hacían de la estadounidense una economía menos intensiva en energía (es decir, una economía que necesitaba menos petróleo que antes para crear el mismo valor en bienes y servicios). El estudio sugería fuentes posibles de riesgo a futuro, pero creía que una recesión profunda era bastante menos probable que en el pasado: tan sólo un año después, los Estados Unidos se adentraban en una profunda recesión.

 En general, los principales bancos de inversión del mundo, cuyas previsiones y recomendaciones influyen en las decisiones económicas tanto de las corporaciones privadas como de los gobiernos, no previeron ni la Gran Recesión (de la que fueron protagonistas, como en el caso de Lehman Brothers), ni la profunda recesión en curso al momento de escribir estas líneas. Lo cual pone en tela de juicio su propia razón de ser: si no puedo confiar en sus previsiones y recomendaciones, ¿cuál sería entonces el propósito de buscar su asesoría o de confiarles la administración de mis inversiones? Bajo esas circunstancias, sería reconfortante creer (en contra de lo que indicaba cuando menos parte de la información disponible), que la causa de esa nueva recesión era un Cisne Negro: es decir, un evento de gran impacto que nadie podía prever. Tal vez podría decirse en su favor que, si bien la probabilidad de una pandemia crecía junto con la interdependencia entre las economías nacionales, era difícil prever que una nueva pandemia se parecería más a la Gripe Española de 1918 que a las pandemias del SARS en 2003 o la del H1N1 en 2009. Aunque incluso eso es discutible: en octubre de 2019 un grupo de especialistas en salud pública realizó una simulación según la cual una pandemia provocada por una variante más letal del Coronavirus podía provocar en 18 meses hasta 65 millones de muertes a nivel mundial[15].   

 Pero, precisamente porque sabíamos que el riesgo de padecer una pandemia tenía un grado de probabilidad que era difícil ignorar, pero no necesariamente sabíamos que, en caso de ocurrir, sería tan grave como la del Covid-19, es que podríamos habernos preparado para ese escenario a un costo que no habría sido prohibitivo: en algunos países habría bastado con mantener los niveles de gasto público en salud en lugar de reducirlos. Una explicación alternativa para el hecho de que entidades como los bancos de inversión definieran la pandemia como un Cisne Negro podría ser que, simplemente, intentaban evadir sus responsabilidades. Siendo posible, esa parece una explicación más apropiada de la conducta de los gobernantes, dado que podrían tener mayor acceso a medios masivos de comunicación (incluyendo los oficiales) y la capacidad de ocultar información (al menos en parte y por cierto tiempo), cuando esta es perjudicial para sus intereses.   

 Por último, la teoría económica solía entender nuestro grado de tolerancia hacia el riesgo de la misma manera en que entendía las conductas irracionales: es decir, como un rasgo idiosincrásico. El análisis tomaba como un dato de la realidad el hecho de que, mientras algunas personas toleraban grandes riesgos al tomar decisiones económicas, otras tendían a rehuir el riesgo. Esta es otra área del conocimiento en que la economía conductual cambió nuestra comprensión del tema. En primer lugar, sus investigaciones constataron que, habitualmente, nuestra actitud hacia el riesgo no cumple con el estándar de racionalidad que propone la teoría económica. Según ese estándar, cualquier actitud frente al riesgo podría ser racional, siempre y cuando sea consistente. Es decir, siempre y cuando estemos dispuestos a correr el mismo nivel de riesgo para obtener un beneficio de 100 unidades de valor que para evitar una pérdida del mismo monto. El problema es que las personas no solemos tener una actitud consistente frente el riesgo. En general, estamos dispuestos a correr un riesgo mayor para evitar una pérdida de 100 unidades de valor que el que estamos dispuestos a correr para conseguir idéntico beneficio. Es decir, aunque la cantidad involucrada sea la misma, nuestra conducta es diferente frente a pérdidas que frente a beneficios futuros: evitamos el riesgo cuando afrontamos la posibilidad de obtener beneficios, pero aceptamos el riesgo cuando afrontamos la posibilidad de sufrir pérdidas.

 Es posible que nuestra aversión a las pérdidas sea un rasgo evolutivo, dado que la genética parece explicar parte de nuestra actitud frente al riesgo[16]. Por ejemplo, los hermanos gemelos suelen compartir una actitud hacia el riesgo en mayor proporción que los hermanos mellizos. Es decir, en ambos casos estamos ante pares de personas que tuvieron una socialización similar, pero se diferencian en que los hermanos gemelos son genéticamente idénticos. De investigaciones como esas deriva la conclusión de que alrededor de un tercio de nuestra actitud hacia el riesgo se explicaría por nuestra herencia familiar y evolutiva. El resto se explicaría por diferentes aspectos de nuestra socialización. Y un aspecto de nuestra socialización que puede producir una profunda aversión al riesgo son experiencias tales como las guerras, las grandes crisis económicas y las pandemias. Si se tiene en consideración que el mundo padeció en los últimos doce años tanto la mayor crisis económica desde la Gran Depresión como la peor pandemia desde la Gripe Española, se podría prever que, en promedio, las personas seremos menos propensas a tomar riesgos en el futuro inmediato de lo que habíamos sido a inicios del presente siglo. Eso tendrá consecuencias positivas para la economía (como una menor propensión a tomar riesgos que desafíen una actitud prudencial), pero también negativas (una baja tolerancia al riesgo suele estar asociada con una menor propensión a iniciar nuevos emprendimientos o a realizar nuevas inversiones).      


[1] Jesse Bartel, Lovecraft: Fear of the Unknown, 13 de noviembre de 2014.

[2] Rafael Llopis, Los cuentos de terror. En: Rafael Llopis (compilador), Antología de Cuentos de Terror, Alianza Editorial y Taurus Ediciones, Madrid, 1981, Página 10. 

[3] Daniel Kahneman y Jonathan Renshon, Why Hawks Win, Foreign Policy, 13 de octubre de 2009.

[4] Ibíd.

[5] Nassim Nicholas Taleb, The Black Swan, the impact of the highly improbable, Random House, Nueva York, 2007.  

[6] 2020′s Black Swan: Coronavirus, Goldman Sachs, 3 de marzo de 2020. https://www.goldmansachs.com/insights/pages/coronavirus.html

[7] Coronavirus: The Black Swan of 2020, Sequoia Capital, 5 de marzo de 2020. https://medium.com/sequoia-capital/coronavirus-the-black-swan-of-2020-7c72bdeb9753

[8] Eden Gillot, When an Epidemic Or Black-Swan Event Impacts Your Business, 9 de marzo de 2020. https://www.forbes.com/sites/forbesbusinesscouncil/2020/03/09/when-an-epidemic-or-black-swan-event-impacts-your-business/#62c096ebd677

[9] Nassim Nicholas Taleb, Op. Cit., Página 317.

[10] Nassim Taleb Says ‘White Swan’ Coronavirus Pandemic Was Preventable, Bloomberg, 30 de marzo de 2020. https://www.youtube.com/watch?v=lBjVTm7F1lQ

[11] The Economist Intelligence Unit, Top five risks to the global economy in 2020, The Economist. https://mail.google.com/mail/u/0/#inbox/FMfcgxwHMZPhRPvrDRKsbJVZGWmDHlSL?projector=1&messagePartId=0.1

[12] John Hopkins’ Bloomberg School of Public Health, Global Health Security Index 2019, octubre 2019. 

[13] Leon Festinger, A Theory of Cognitive Dissonance, Stanford University Press, California, 1962.

[14] Jan Hatsius y otros, Learning form a century of US recessions, Goldman Sachs, 20 January 2019. https://www.goldmansachs.com/insights/pages/learning-from-a-century-us-recessions/report.pdf

[15] Aria Bendix, Health experts issued an ominous warning about a coronavirus pandemic 3 months ago. The virus in their simulation killed 65 million people, Business Insider, 23 de enero de 2020.

https://www.businessinsider.com/scientist-simulated-coronavirus-pandemic-deaths-2020-1

Aria Bendix

[16] Risk Off, The Economist, 25 de enero de 2014.

https://www.economist.com/finance-and-economics/2014/01/25/risk-off

¿A dónde vira la época? por Alfonso Gushiken

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IV FORO LATINO EN RED

ZADIG LA MOVIDA LATINA

¿A dónde vira la época?

Alfonso Gushiken

Estimado Farid, en primer lugar, muchas gracias por su participación y su interés de conversar con nosotros. A pesar de los malentendidos en sus encuentros con los textos y aproximaciones al psicoanálisis, las alusiones que usted hace a los mismos expresan dicho interés; se lo agradezco. Al respecto, debo decir que el interés por lo social no es ajeno a los psicoanalistas. Existen diversos textos y reflexiones formulados por Freud y, luego, por Lacan, que dan cuenta de dicho interés; algunos de ellos, incluso, pudieron anticipar modos de funcionamiento de nuestras sociedades que apenas vislumbraban. A partir de ellos, la producción de textos que han abordado diversos fenómenos de la realidad social ha sido cada vez más frecuentes. No me detendré en ellos, no viene al caso, trataré, más bien, de volver al tema que nos convoca, ¿A dónde vira la época?”, y buscar puntos de encuentro y conversación.

Con la epidemia, surgió la idea de que habría un cambio de rumbo en el mundo, hacia el cuidado del medio ambiente y la relación con la naturaleza, también en el modelo de desarrollo y en los modos de relación, incluido el laboral. Ahora, parece claro que no habrá un cambio de rumbo sino, más bien, una radicalización de las tendencias de la llamada postmodernidad o hipermodernidad. Me interesa situar y proponerle, para la conversación, los que podrían observarse, como efectos de la pandemia, en la política. Para ello, quisiera apoyarme en las observaciones de un sociólogo que recién descubrí, a raíz justamente de la preparación de esta presentación, las cuales ilustran muy bien algunas de las tendencias (virajes) que diversos psicoanalistas han situado en el mundo contemporáneo, antes de la pandemia; me refiero a Danilo Martuccelli.

Un aspecto sobre el cual él se muestra sorprendido es que, durante más de medio año, en la pandemia, el debate público haya sido ocupado casi exclusivamente por expertos (infectólogos, epidemiólogos), mientras que el rol que la población ha tenido en la crisis ha sido insignificante. A partir de la estimación, en 40 millones de muertos, que el Imperial College de Londres hizo, se decretó el confinamiento del mundo. Martuccelli se pregunta ¿cómo una estimación científica pudo tener efectos tan grandes en la decisión de los gobiernos?[1]

En su Seminario de 1969-1970, el psicoanalista francés Jacques Lacan ubica un cambio de discurso, producido en la modernidad, una sustitución, del discurso del amo antiguo (encarnado por las figuras del padre) por el discurso científico. En la modernidad, en lo contemporáneo, la ciencia, la técnica y la burocracia toman un lugar de dominancia en los discursos, “dominancia que va promoviendo una despolitización de los sujetos o, en su defecto, una política orientada bajo la brújula de psicología de las masas”[2], es decir, la de una sociedad habitada por sujetos disciplinados que suelen compartir el culto a la personalidad y un amor incuestionable hacia el líder.

En tal sentido, cabe resaltar la diferencia en la respuesta que dio el mundo, en los años 80, a la epidemia del SIDA, en la que no sólo se optó por que la sociedad permaneciera abierta (evitando los centros de reclusión), sino que se permitió y la respuesta se basó en la acción de la comunidad: Muchos homosexuales defendieron un estilo de vida que suponía la toma de ciertos riesgos y frente a las tentaciones del encierro de las personas enfermas, apareció una postura política que abrió el perfil de riesgo y las campañas de prevención a toda la población, con mensajes no estigmatizantes, que permitió que la sociedad se organice y logre dar una respuesta eficaz. Lo mismo sucedió, en Perú, en los años 90, con la epidemia del cólera.[3]

En 40 años, se pasó de respuestas donde la población tenía un rol decisivo a otra donde lo único válido es la mirada de los expertos. De hecho, las soluciones implementadas ante la COVID-19 eliminaron –como dice Danilo Martuccelli– toda respuesta alternativa, incluso toda posibilidad de creación que tome en cuenta la particularidad del contexto, tanto social como cultural y, por tanto, el punto de vista de las ciencias sociales.[4] Es una tendencia, desde hace tiempo, predominante en los programas sociales, que ponen más la atención en los protocolos y metas programadas que en las personas a las que buscan beneficiar o, incluso, que en los funcionarios que los ejecutan.

Es lo que propongo para la discusión.


[1] Danilo Martuccelli, sociólogo de la Universidad de París: “La pandemia muestra una tendencia a la confiscación de la democracia por parte de los expertos”. En Infobae, 22 de Agosto de 2020: entrevista realizada por Darío Mizrahi y Sofía Benavides. https://www.infobae.com/america/mundo/2020/08/22/danilo-martuccelli-sociologo-de-la-universidad-de-paris-la-pandemia-muestra-una-tendencia-a-la-confiscacion-de-la-democracia-por-parte-de-los-expertos/

[2] Zack, Oscar. El psicoanálisis y la política: éticas divergentes. En: Lacan21, 2018, Volumen 1. http://www.lacan21.com/sitio/2018/05/04/el-psicoanalisis-y-la-politica-eticas-divergentes/

[3] Danilo Martuccelli, Ibid.

[4] Ibid

El tiempo Covid: impasses y paradojas. Por Marita Hamann

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IV FORO LATINO EN RED

ZADIG LA MOVIDA LATINA

¿A dónde vira la época?

Presentación:

El tiempo Covid: impasses y paradojas

Marita Hamann

Un real nos sorprendió hace unos meses anunciándonos que todos somos vulnerables. Poco importa que la ciencia hubiera podido preverlo, nada nos preparaba de antemano para la detención repentina y obligatoria de nuestras actividades, de nuestros proyectos y del futuro inmediato que podíamos imaginar. Tal como la muerte misma, el saber que somos mortales no evita el escalofrío cuando se presenta en nuestra puerta ni podemos estar seguros de la manera en que nos afectará, cuando acontezca.

El significante “guerra”, contra un enemigo invisible, además, nos confinó. Ese significante no solo no apaciguaba, sino que, paradójicamente, propiciaba la confrontación con los vecinos, los inmigrantes, los semejantes. Cualquiera podía ser portador del peligro invisible propiciándose así la caza del culpable, en el afán de identificar al enemigo, de concretarlo en algún lugar. Este uso permitía velar, por otra parte, las fallas del sistema y las debilidades del Estado. Que la salud y la educación, especialmente, habían sido olvidadas, abandonadas incluso, se puso en evidencia, así como la debilidad del sistema político para afrontar las exigencias del mercado.

Pero no estamos hoy en el mismo tiempo; otro significante, aunque de uso común, retorna al centro del debate, y es el de libertad. El confinamiento suprimió buena parte de nuestras libertades y así lo aceptamos, consentimos a la reclusión voluntaria, era una elección forzada. Pero la libertad del mercado reclamaba su parte y la necesidad de supervivencia también.

Un hecho paradigmático lo ejemplificó bien en el país: la muerte de varios jóvenes en una discoteca popular luego de la redada policial. Según los análisis posteriores, más de la mitad de los fallecidos y los detenidos portaba el coronavirus. Los medios culpabilizaron a los jóvenes irresponsables que esparcían la enfermedad sin escrúpulo. Pocas voces, sin embargo, se inquietaron por el incentivo al consumo, la fiesta y la diversión que los organizadores fomentaron. Es que el discurso capitalista se apoya en la producción intensiva de la falta de goce favoreciendo eventualmente un delirio que se realiza en la depredación. Vive hoy y no pienses en el mañana, ¿no es ese acaso el discurso corriente de la época?

Que la discoteca en cuestión no cumpliera con los mínimos estándares de seguridad, tampoco es un tema que nos extrañe pues, nuestra economía es, de manera notoria, informal. El empresario de sí mismo, habitante de un país que no tiene manera de asegurarle una vida digna, hace lo que puede para salir adelante, alquila teléfonos, balanzas, vende en la calle casi cualquier cosa: lapiceros en la puerta del hospital, pan en cualquier esquina. Es así como, en este país, la gente rara vez muere de hambre y, en cierto sentido, el desempleo no existe ni los movimientos de la bolsa impactan significativamente en la estabilidad económica del país. El contagio fue incontenible.

En suma, diversos tipos y anhelos de libertad se oponen al encierro y hacen síntoma social, “la fiesta Covid” es su carta postal. El imperio de la pulsión, pero, también, el de la vida misma, es hasta cierto punto irrefrenable, así como el empuje, no solo a la libertad de vivir bajo los propios parámetros sino, en muchos casos, a la libertad de morir. Si la bolsa o la vida implican la elección forzada de la vida mochada de la bolsa, el discurso imperante favorece en muchos lares, mucho más de lo que a primera vista parece, una elección que es la misma: libertad o muerte. En este caso, elegir una es arriesgar la otra, desprovista, eso sí, de cualquier ideal, porque la situación anuncia que perderás la bolsa y la vida. Se lo ve en la inmigración masiva de pueblos por el mundo, se lo intuyó aquí, cuando los inmigrantes que vivían en Lima decidieron regresar a sus tierras a pie, desacatando la cuarentena obligatoria (no es casual que se los apodara “los caminantes”, actores de una guerra de tronos espectral), pero también se lo observa en los que salieron a cumplir su papel en el mercado de la sobrevivencia y en los que, esta vez, pudiendo elegir otra cosa, optaron por la felicidad del consumo. El predominio de la pulsión de muerte se realiza de manera sutil. En el país, por ejemplo, la gran mayoría de la población estuvo de acuerdo desde el inicio con las medidas restrictivas dictadas por el gobierno; al mismo tiempo, lentamente, una parte importante de la población las fue desacatando poco a poco, sin mostrar, casi, su desacuerdo. Entonces, y a la inversa, ¿no puede leerse aquí una suerte de rebeldía silenciosa ante mandatos que se vuelven imposibles de cumplir? Finalmente, tampoco la vida es respirable si quedamos supeditados a la fantasía de prevención total.

El filósofo italiano, Giorgo Agambén[1], por otra parte, ha levantado la voz varias veces para denunciar la biopolítica actual. A su modo de ver, en resumen, acatar las medidas restrictivas del Estado es dejarnos tratar como organismos biológicos bajo el comando de la ciencia y al servicio de la voluntad opresiva de los Estados que, de manera indirecta, o no tanto, pretenderían contener las protestas sociales. Ciertamente, el ángulo más saltante de su crítica es el que aduce la supresión calculada de los espacios públicos. El teletrabajo, la tele política, la teleeducación y toda la serie de “teles” que le sigue reducen la posibilidad de intercambio social (ese vocablo latino, ¿no significa acaso distancia?); además, el teletrabajo, por ejemplo, desdibuja los horarios y tiende a culpabilizar a quienes no rinden al ritmo de la urgencia; sin duda, la exigencia de productividad no encuentra límite, al punto de haberse suprimido los días festivos. No obstante, lo que por un lado es aislamiento por otro es presencia excesiva, de los cuerpos y de los imperativos también. La pausa y la separación se dificultan, dando lugar a un nuevo encierro: el del sujeto sin voz ni presencia.

El tema se vuelve preocupante cuando escuchamos decir a los médicos que, de ahora en adelante, viviremos en una serie sucesiva de pandemias, pues la afinidad entre la medicina y la biopolítica no es cosa de hoy. Nadie ignora, tampoco, que el miedo somete.

Pero Agambén no sopesa bien el hecho de que el ser hablante no puede ser reducido a un organismo, aunque se quiera. Somos, fundamentalmente, cuerpos hablantes. Efectivamente, se nos tiene o nos retiene por el cuerpo, pero, en lo sustancial, es el cuerpo el que nos tiene y eso implica, también, que ese cuerpo hace síntomas y es con ellos que habla; de él, no hay libertad posible mientras lo anime una vida. El mal del que hay que defenderse es el del rechazo de los límites que la vida misma impone, donde anida el odio, que no es, en lo más íntimo, sino el odio de sí mismo. También es cierto que el tutelaje, la infantilización de la población y la intolerancia manifiesta no hacen sino exacerbarlo, propiciando el pasaje al acto, sea que este persiga el autocastigo, sea que busque liberarse del opresor, del cuerpo opresor, incluido.

Un discurso en el que el argumento cuenta poco o nada sino la transmisión rápida de la pasión del odio, la envidia, el resentimiento y la discriminación amenaza con constituirse en la verdadera y más peligrosa pandemia globalizada. La lengua de la satisfacción pulsional sortea el tiempo de comprender, dedicada al impacto contundente, inmediato, rimbombante de los cuerpos. ¿Cómo introducir allí un corte, una detención, una nominación eficaz? ¿No será este el desafío más crucial?

Estamos llenos de paradojas, sin embargo. Quiero terminar con un comentario del psicoanalista francés Gerard Miller[2], quien dice lo siguiente: “El confinamiento nos ha colocado, no en el mundo de después, sino, en todo caso, en un mundo más tranquilo, menos estresante, más calmo, menos contaminado y más próximo de aquellos que se ama cuando se ha tenido la suerte de estar confinado con una parte de aquellos que se ama. El confinamiento ha sido la posibilidad de detener este mundo chiflado. El desconfinamiento, es reencontrar el exterior, con el virus, por supuesto, pero también con todos aquellos que tienen ganas de que el mundo continúe como antes. Eso es mucho más traumatizante que el confinamiento en sí mismo”. Efectivamente, me pregunto, ¿quiénes quieren, seriamente, volver al mundo como era antes?

Tampoco podemos desconocer que los tiempos del Covid han facilitado encuentros que, hasta no hace mucho, eran impensables. Hace ya más de un siglo, la introducción del teléfono encontró resistencias porque se consideró que aumentaba las posibilidades de mentir y estafar, además de permitir la intromisión de un tercero en la vida privada. Pero terminó de instalarse y ha de haber muy poca gente hoy en día que prefiera vivir sin uno. Tampoco el cine destituyó al teatro y las imprentas no han dejado de existir a causa del libro electrónico. Claro que el modo de comunicarse ha variado, así como la relación con el tiempo, los síntomas también. La tecnología nos ha transformado, pero es incontenible. Las cartas son ahora sencillos WhatsApp (o Signal, según el gusto), esas aplicaciones que solicitan la respuesta inmediata, independientemente de que, por un breve momento hubiera quienes se quejaran de su uso alegando la destrucción del idioma y de las reglas que el respeto impone. Sin embargo, ¿cuántos optan voluntariamente, hoy, por no usarlas? En fin, nada es permanente ni puro. Eso es, precisamente, lo que las teorías de la conspiración no admiten.

Entonces, ¿hacia dónde viramos? Porque es un hecho que la experiencia Covid instala un antes y un después, y, también, porque es un deber ético impedir que la digitalización del mundo nos reduzca a un genoma, a un algoritmo, a un número cualquiera.


[1] Agamben., G. ¿En qué punto estamos? La epidemia como política, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2020.

[2] Miller, G., “Confinement. Un divan sur le fil”, https://france3-regions.francetvinfo.fr/confinement-divan-fil-1876428.html

LO INSOPORTABLE DEL TIEMPO por José Miguel Rios

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LO INSOPORTABLE DEL TIEMPO

José Miguel Rios

Lo que perdura, lo que se pierde y lo que se recupera

Este trabajo es un lapso producto del tiempo recorrido en un cartel aún por terminar.

A dos semanas de confinamiento, recibo un correo de una paciente donde comenta no estar afectada por la cuarentena, sino ensimismada con su proceso de duelo, para finalmente preguntar cuál sería la dinámica de la terapia ahora que estamos en aislamiento, ya que no sabemos cuánto tiempo durará.

Este mensaje me permite analizar la función del tiempo en un recorrido analítico. Primero, en relación al efecto suspendido del confinamiento en ella y, segundo, la pregunta por el nuevo protocolo a utilizar pues el tiempo de la pandemia es para nosotros incontable. Aquello implicaba además un despertar del sueño del 15 de marzo. Despertar del fantasma anidado a la idea de eternidad que apuntaba a lo necesario en el destino del tiempo, siguiendo a Gorostiza[1], para señalar la eternalización de la trama neurótica petrificada en el tiempo de comprender.

Laurent[2] señala que vivimos con un cierto estancamiento del discurso de la ciencia que ya no puede calmar la ansiedad del sujeto contemporáneo, sumergido en la sensación de que todo es semblante, enfrentándose al Otro en su ruina. El término semblante es utilizado en su significado más amplio que incluye el cálculo y sería a partir de la ausencia del Otro que surgiría otro real para el sujeto que vive en el lenguaje. Así, la inexistencia del Otro no es antitética a lo real, sino, correlativa a él. Se trata aquí de aquel real que el inconsciente testimonia y que en la clínica se demuestra como lo imposible de soportar.[3]

Los tiempos

Fue en 1972 cuando el tiempo se transformó en atómicoque ya nadie puso en duda el tiempo de todos. Fue el significante que se adueñó y estructuró lo real del tiempo, y por esa vía estructuró al mundo[4].

Esta globalización del tiempo proyecta la ilusión de una línea temporal con una división segmentada entre pasado, presente y futuro. División posible gracias a la conjunción del tiempo y el espacio: el reloj vuelve medible el tiempo, lo espacializa en segmentos iguales, de modo que ninguno vale más que otro. Solo tenemos noción del paso del tiempo por medio de la distancia que recorren las partículas atómicas: entropía.

Así, podemos concebir el tiempo dentro de una línea temporal que, sin embargo, en el ser humano no sería recta debido al laberinto de la vida: un recorrido con tentativas para llegar a un punto B, pero que la mayor de las veces solo da vueltas en sí mismo, mostrando la inasequible relación del sujeto con el objeto de su deseo.

Este tiempo segmentado podríamos nombrarlo como un primer tiempo (T1) regido por la necesidad de una significación futura que se espera dé cuenta de lo vivido apelando a un saber supuesto, usualmente llamado destino. Esta trama se instala solo si el tiempo es forcluído. Ya Freud da cuenta de esto cuando plantea aquella otra escena donde se podría encontrar aquel saber sobre el T1. Es lo que conocemos como inconsciente, donde el deseo es activo, atemporal e indestructible.

Podemos aquí con Lacan pensar en un tiempo segundo (T2) para dar cuenta del efecto de significación que produce aquel saber supuesto. Es decir, la manera cómo se produce un corte en la diacronía del T1 que retrotrae a un punto anterior para generar una nueva significación, transformando lo posible en necesario.

Ahora bien, Miller propone que, si el inconsciente no conoce el tiempo, la libido sí. El amor es un ejemplo de cómo el tiempo puede ser tormentoso:

Si introducimos el tiempo en la pregunta ¿me amas?, la respuesta que obtendríamos sería ¿por cuánto tiempo? Se puede ubicar allí el espejismo del amor eterno que apunta al objeto eterno; amor atormentado por la imagen de un objeto inalterable. La historia de amor nace a partir de un punto que podría no haber acontecido: Tú me estabas destinada para siempre. (O te amaré por siempre – si siempre soy). De otro lado,para frenar este discurrir, el goce introduce una temporalidad al deseo indestructible inconsciente.

El tiempo en tratamiento

De cierta manera, el análisis podría plantearse como una línea temporal al infinito donde la sesión se ubicaría en un lapso de tiempo (T1) con un suplemento infinito (T2) que permitiría pensar los fenómenos de atravesamiento del fantasma. Es decir, pensar el término de la sesión como un punto de basta singular con una estructura diferente a los demás puntos. De allí que el valor del elemento suplementario (T2) en la sesión equivalga al punto infinito que permite ese efecto de inversión de la orientación: cambio de puntuación, de sentido y de modalidad lógica.

La sesión analítica no sería entonces un lapso de tiempo individualizado por la duración de T1 sino un lapso especial en el que el sujeto es llevado a hacer la experiencia de la reversión temporal que determina la significación del inconsciente fuera del tiempo (T2).

Finalmente ¿se podría pensar el inconsciente como un ser eterno? Pues tal como respondiera Lacan a un joven Miller en la clase del 29 de enero de 1964, el inconsciente es un ser de no-ente, un devenir, que solo se abre para volverse a cerrar. Es decir, el inconsciente es pulsátil y susceptible de actualizarse en el tiempo por medio de las acciones que determina en el sujeto.

En la viñeta del inicio, podría verse cómo el impacto del tiempo de confinamiento queda velado por un propio proceso de duelo al tiempo que despierta al practicante de la eternalización de esta cuarentena.


[1] Gorostiza, Leonardo. “El calzador, 10 años después”. Presentación virtual 2020

[2] Laurent, Éric. “El Otro que no existe y sus comités científicos”. Blog virtual de Zadig España. En: https://zadigespana.com/2020/03/19/coronavirus-el-otro-que-no-existe-y-sus-comites-cientificos/

[3] Miller J.-A., “La Orientación Lacaniana. El otro que no existe y sus comités de ética” (1996-1997), curso del 20 de noviembre de 1996.

[4] Miller J.-A., “Los Usos del Lapso” (1999-2000). Ediciones Paidós.

QUÉ SALIDAS POSIBLES FRENTE A LA PANDEMIA por María Hortensia Cárdenas

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¿Qué salidas posibles frente a la pandemia?

Noches de Escuela – 24 de junio de 2020

Pasados tres meses de la primera reunión que tuvimos para conversar sobre este nuevo momento, sobre el confinamiento y los efectos en nuestro quehacer, me gustaría dar una vuelta más a lo que quedó resonando. Si nos planteamos salidas posibles, quisiera retomar lo que María Cristina Giraldo planteó hace unos días en la Conversación Hacia un nuevo lazo. Ella propuso: Resistir a la peste del olvido.[1] De inmediato recordé el humor de José Arcadio Buendía ‒que le decía a Visitación, horrorizada por la peste del insomnio‒, decía: “Si no volvemos a dormir, mejor. Así nos rendirá mejor la vida”. Pero Visitación le explicó que lo más temible del insomnio no era la imposibilidad de dormir, “porque el cuerpo no sentía cansancio alguno”, el problema estaba en “su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido”. Y con eso quería decir que “cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de la memoria sus recuerdos de antes, la noción de las cosas y hasta la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado”. Hasta aquí García Márquez en Cien años de soledad.

La amenaza del COVID 19 ha impuesto el aislamiento físico y como consecuencia ha impedido el encuentro de los cuerpos del analista y del analizante. Esta contingencia nos dejó envueltos en un ámbito de incertidumbres. Pero, lo que no hay que olvidar “es la posición del analista ‒declara María Cristina‒, es el discurso analítico, los principios éticos y la política que, como nos dijo Lacan en “La dirección de la cura y los principios de su poder”, atañen al deseo del analista y constituyen el campo de las elecciones forzadas en las que no tenemos libertad”. No olvidar también que la presencia es indispensable para atrapar un trozo de goce que tenga un efecto de real, atrapar un fragmento de real en el universo de esta ficción.

No nos acostumbremos, como advertía Visitación. ¿Cuál nueva normalidad? ¿Podremos acostumbrarnos al WhatsApp, al Skype, al Zoom, al teléfono? ¿Con la voz sola o con imagen, mirada incluida? ¿Tenemos idea de lo que hacemos? ¿Qué enseñanzas extraemos de lo que funciona, podemos ubicar sus efectos y sus limitaciones? Es algo a elaborar todavía. No podemos olvidar que hacemos uso de estas aplicaciones, instrumentos de puro semblante, para prescindir de ellos.[2] Es saber arreglárselas en el momento actual, es un uso que hacemos, así como nos servimos del lugar estructural del Nombre del Padre para poder prescindir de él. Servirse, más bien, de lo que es causa de goce, eso que permanece fijo y constante. Hacer uso de la causa como antídoto al olvido. Que nos despierta. En última instancia implica ‒como dijo Gil Caroz en un texto que todos hemos leído‒: “Se trata de asegurar que el psicoanálisis no sea olvidado”.[3]

María Hortensia Cárdenas


[1] Giraldo, M. C., “Resistir a la peste del olvido”, http://www.nel-amp.org/index.php?file=de-interes/conversacion-permanente/20-06-16_maria-cristina-giraldo.html

[2] Laurent, É., “Gozar de internet”, https://www.facebook.com/notes/margarita-%C3%A1lvarez-villanueva/gozar-de-internet-entrevista-a-%C3%A9ric-laurent-2017/2823977187638745/

[3] Caroz, G., “Recordar el psicoanálisis”, https://www.facebook.com/notes/margarita-%C3%A1lvarez-villanueva/recordar-el-psicoan%C3%A1lisis-por-gil-caroz/2815438471825950/?comment_id=3473852852641689

ACERCA DEL ATRAVESAMIENTO por Renzo Pita

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Ante la pregunta “¿qué salidas posibles frente a la pandemia?” pensé decir unas palabras sobre la noción psicoanalítica de atravesamiento. Considero que el tiempo que vivimos puede ser una buena oportunidad para traer esta noción a colación, debido a su relación estrecha con la emergencia de un real.

No hay duda que la pandemia ha ocasionado diferentes efectos subjetivos en cada uno de nosotros. Se suele decir -y con razón- que el confinamiento configuró una situación que puso a muchos sujetos de cara a una pérdida. Dicha pérdida (relativa al trabajo, a la pareja, al estilo de vida, etc.) tuvo como correlato la emergencia de un real, un real que era velado por la prisa de nuestra vida cotidiana, que era atemperada por la lógica intrínseca de una sociedad que forcluye la división subjetiva.

Frente a esta coyuntura de incertidumbre generalizada comparto la idea, transmitida por varios colegas, de alojar el real que para cada uno irrumpió. Dar lugar a aquello que emergió, a la división subjetiva, a la incertidumbre es justamente el reverso del discurso capitalista y también del discurso del amo. Sin embargo, es en este punto donde considero conviene traer a escena la idea de atravesamiento.

Como es sabido esta noción no hace referencia únicamente al atravesamiento del fantasma, más vinculado al último tramo del análisis. El atravesamiento es un concepto que sirve para ubicar ciertas travesías subjetivas que tienen lugar desde los primeros momentos de la constitución subjetiva.

El atravesamiento supone, además, una posición activa, de elaboración, de poner en forma. No se trata aquí de una actitud pasiva o cínica frente a la incertidumbre actual y el sin sentido que anida en el Otro. Pero tampoco consiste en dar una respuesta que anule el tiempo de comprender de cada uno. Por el contrario, de lo que se trata es de alojar la división subjetiva en su emergencia singular y, al mismo tiempo, ponerla a trabajar.

Es así que el atravesamiento tiene una temporalidad que no es ni la pasividad ni la respuesta inmediata, sino la de los tiempos lógicos. Me refiero al instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir.

De manera resumida podríamos decir que “el instante de ver” supone justamente una actitud elaborativa frente a aquello que irrumpe. Está relacionado con algo que Lacan llamo “certidumbre anticipada” y tiene que ver en algunos casos con la captación de algún significante amo, de algún fantasma, de algo que estaba fijo en la posición del sujeto. El tiempo de comprender, por su parte, es el tiempo de extraer todas las consecuencias del instante de ver. Es el tiempo en el que lo simbólico intenta dar forma al elemento éxtimo que irrumpió en el seno de la vida anímica del sujeto y donde se construyen nuevas historizaciones. El momento de concluir, por último, es una modalidad del tiempo que supone el acto, el hacer. El momento de concluir está muy lejos de ser un “comprendí todo, entonces puedo actuar”, pues no es producto de ningún tipo de inferencia lógica (deducción, inducción, abducción, etc.). Es el momento donde el sujeto hace una apuesta, un salto, donde se precipita un acto y es sólo luego del acto donde la “certidumbre anticipada” puede corroborarse. Como dice Miller, es solo luego del acto donde la “certidumbre anticipada” puede volverse efectiva.

La pandemia ha configurado una coyuntura que ha puesto millones de sujetos en una posición que bien podría describirse con la pregunta “¿qué va a ser el Otro conmigo luego de todo esto?”. Frente a esta cuestión -homologa a la que Lacan describió en el seminario de la angustia- el psicoanálisis, más que respuestas, más que salidas, ofrece una ética. La orientación ética del psicoanálisis implica que cada sujeto ponga de lo suyo, pues no tiene el carácter explícito y categórico que caracteriza al discurso del amo. Ese “poner algo de lo suyo” es justamente lo que implica esa travesía subjetiva que en psicoanálisis llamamos atravesamiento.

¿Qué salidas posibles frente a la pandemia?

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¿Qué salidas posibles frente a la pandemia?

El pasado miércoles 24 de junio nos reunimos virtualmente miembros, asociados y amigos en la Nel-Lima, enlazados por un tema que nos hace pregunta: las salidas posibles frente a la pandemia del 2020.

Recortamos aquí algunas intervenciones que animaron la conversación. En ellas se pueden vislumbrar perspectivas distintas frente a un mismo acontecimiento que, a su vez, dan cuenta de los distintos modos de solución que cada sujeto encuentra en su singularidad.

1

Me parece importante pensar si las salidas posibles son ante la pandemia o si habría que situar ahí otra cosa. En ese sentido conviene distinguir dos reales, algo que ya ha sido señalado por varios psicoanalistas, tomo aquí la cita de Marie Helene Brousse sobre ello:

 “Para comenzar señalaría que tenemos tarea en dos órdenes distintos de real. De una parte, está el real del virus, su transmisión y sus efectos. Por otra parte, está el real en el sentido que Lacan le dio en psicoanálisis. El primero es un hecho universal, aunque las manifestaciones sean diferentes según los organismos a los que el virus ataca. Él es identificable y tratable, en consecuencia, es objetivable. El segundo es una de las tres dimensiones, que, juntamente con lo imaginario y lo simbólico, componen el nudo singular en el que el cuerpo hablante se sostiene”[1].

Entonces las salidas posibles me parecen tendrían que ver con el real del cuerpo hablante, ese que se vivencia de manera singular en cada uno de nosotros frente al hecho universal del virus. Desde esa perspectiva las posibles salidas tienen que ver con cómo nos las arreglamos con lo real, es decir cómo cada uno hace algo a partir de su síntoma. Recuerdo el pase de Ana Aromí donde al hablar de su maternidad, del acto de dar de mamar y la separación, señala que “Mientras que otras preguntaban, a sus madres, o al pediatra, yo preguntaba a Lacan. Cada uno pone el saber donde lo pone”[2]. Así las salidas son singulares. En mi caso, es apostar por la transferencia de trabajo en la escuela, por mi análisis, y por hacer, de la pérdida y el no saber de la práctica a través de lo virtual, algo fecundo.

Lilibeth García

2

Primer entrada:

Del padre a la mujer.

Radiofonía[3]: “Si insisto en acentuar mi demora respecto a vuestra prisa, es porque es necesario que recuerden que allí donde ilustré la función de la prisa en lógica, subrayé el efecto de señuelo del que puede hacerse cómplice”. Los señuelos de la potencia -dirá Miller en la Angustia Lacaniana- siguiendo el texto de Radiofonía, se ubica el Discurso Universitario, su procesión, “es como el amo pero más oscurantista”. Recordemos que al no tener en el horizonte el tiempo de concluir, el señuelo hace las veces de aquello que sólo podrá destituirse como acto. El tiempo de concluir es un acto que le quita la certeza a la angustia.

“La prisa sirve a la ambigüedad de los resultados, que resuena con revolución. (…), resaltar la utilidad de esta huella para desmarcarse de la seducción (…) El efecto de progreso a esperar es la censura”.

“The time is out of joint”. El tiempo está fuera de quicio, o si prefieren, el tiempo ha dejado de poder ofrecer una articulación, joint es articulación. Fuera de eje, “Hamlet” una obra que también puede ser leída en sus temporalidades.

Las dislocaciones que produce ese agujero forclusivo que el duelo introduce, no hay fantasma que lo soporte, ritos clandestinos, duelos maníacos, duelos melancólicos. “En la manía se sutura el instante de ver con una conclusión precipitada. Gertrude con las sobras del entierro se hace el banquete de boda[4]. Se apresuran los ritos funerarios o simplemente no hay posibilidad de llevarlos a cabo, lo cual compromete el tiempo de comprender en el sentido de bordear el agujero en juego. Desmentida de lo real: sopa de Wuhan. El duelo melancólico está detenido en el tiempo de comprender, se pliega una y otra vez en regodeo y en mostración, los vaivenes de Hamlet a punto de… Explota todo lo que llamamos S(Ⱥ). Hoy: ritos interrumpidos. No sólo en la vertiente de la irrupción de un cambio en los hábitos cotidianos, sino también en la imposibilidad de los ritos funerarios por la presencia del virus. Lo clandestino señalado por Lacan en su sexto seminario, vuelve a tener preponderancia en la actualidad.

Segunda entrada:

Los recursos.

Una cosa es la experiencia, otra muy distinta es introducir la lógica del testimonio.

Aquí tomaré el sesgo de la experiencia como religiosa, sigo a Miller en psicoanálisis y religión, lo sigo y lo desvío. El testimoniar es del orden de la soledad. La experiencia religiosa, dar sentido, es solidaria del individualismo democrático. Lo que responde a lo real es el sentido. Cuando la cosa disfunciona las respuestas se hacen con las disciplinas del sentido. Sálvese quien pueda, o haz lo que te plazca. La novedad es que la experiencia religiosa se separó de la verdad y se volvió discípula del bienestar. Pero la hiancia no cambia. S(Ⱥ) inmutable. Dios en cambio, el dios de Lacan surge de la no relación sexual, dios es un goce suplementario, que introduce el infinito.

Una soledad que se introduce en el lazo, cada uno particularizado por la vía de cada quien en la radicalidad hetero, que según Lacan es la vía de una escapada.

El peso de escapada no recae en escaparse, sino en la satisfacción obtenida en esa vía, más allá de la experiencia de sentido.

Para terminar: Pasión quiere decir que uno no puede más, lo nuevo hay que sufrirlo, o si prefieren, estamos invitados a construir un malestar.

Laura Benetti

3

Lo primero que pensé al leer el título fue si convenía cavilar en una posible salida. Más allá incluso de que ayer (22 de junio) se hayan abierto algunos centros comerciales y hayan quedado sin efecto las restricciones para movilizarse, el peligro es aún latente. En uno de los artículos que Miquel Bassols publicó hace unas semanas[5] mencionaba que, si bien no habría que acomodarnos demasiado a esta forma de vida, el final del túnel quizá no sea lo que añoramos. Podría incluso ser peor, por lo que no vendría mal quedarse un ratito más aquí. Sin embargo, yo me pregunto por la idea de entrada y de salida. Al analizar el acontecimiento actual de esta manera nos figuramos este tiempo como un lapso. A saber, como un corte entre dos puntos, como un trayecto (en su definición latina), con un inicio y un final, como si se tratara de un viaje en el que en algún punto podemos regresar. Aspiramos así, con cierta nostalgia, regresar al punto en el que nos quedamos: retomar nuestros trabajos, nuestra rutina y, en general, nuestra forma de vida. Como si se tratara de un mal sueño del que pronto esperamos despertar. Creo que tomar la pandemia de esta forma tiene efectos palpables inmediatos: ¿habría entonces que esperar la salida del confinamiento para echar a andar la fantasía de un mejor mañana aplazando el deseo de hoy? Y sí, eventualmente el virus se irá, aunque el efecto traumático filtrado en lo social tarde un poco más.

José Miguel Rios


[1] Marie-Hélène Brousse.(2020). Coronavirus: ¿Elección forzada? Recuperado de https://zadigespana.com/2020/06/21/coronavirus-eleccion-forzada/

[2] Anna Aromí. (2018). Conferencia de apertura. El deseo de ser madre: ¿por qué, para qué, para quién…? XII Jornadas de la Nel-Lima: La locura de ser madre. Lo que el psicoanálisis enseña.

[3] Jacques Lacan. Otros Escritos. Radiofonía.

[4] William Shakespeare. Hamlet.

[5] Miquel Bassols. Coronavirus: “La ley de la naturaleza y lo real sin ley”. En: https://zadigespana.com/2020/03/20/coronavirus-la-ley-de-la-naturaleza-y-lo-real-sin-ley/

¿Qué salidas posibles frente a la pandemia?

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¿Qué salidas posibles frente a la pandemia?

El pasado miércoles 24 de junio nos reunimos virtualmente miembros, asociados y amigos en la Nel-Lima, enlazados por un tema que nos hace pregunta: ¿Qué soluciones posibles frente a la pandemia?

Recortamos aquí algunas intervenciones que animaron la conversación. En ellas se pueden vislumbrar perspectivas distintas frente a un mismo acontecimiento que, a su vez, dan cuenta de los distintos modos de solución que cada sujeto encuentra en su singularidad.

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La salud pública nos anuncia que el coronavirus vino para quedarse ¿la atención psicoanalítica virtual, llegó para quedarse?

Consentir a la pérdida y empezar a hacer nuestro duelo por esta pandemia que nos tiene confinados, fue una de las reflexiones con las que me quedé en nuestro primer acercamiento al tema.

Están afectados nuestros los lazos sociales, nuestro libre tránsito y nuestras condiciones de vida y trabajo. Es inminente una crisis económica, hay una apuesta que circula y está colocada en la ciencia que es la de encontrar lo más rápido posible una vacuna y un tratamiento eficaz para contrarrestar el COVID-19.

Los tiempos subjetivos no coinciden con los de la ciencia, la espera desespera. La incertidumbre por el futuro está instalada y para paliar la situación se nos propone el uso extendido de la tecnología sumergiéndonos en un mundo absolutamente ciber, donde ya no habría necesidad de la presencia corporal para realizar actividades escolares, universitarias y laborales en los lugares donde se llevaban a cabo. La maquinaria de lo virtual se ha echado a andar de manera vertiginosa, plasmándose en la gran demanda de aparatos tecnológicos que se han agotado en minutos.

El riesgo es hacer del psicoanálisis una técnica. Lo virtual es un recurso de hacer con lo que hay. El futuro del psicoanálisis depende de anudar nuestra práctica a la época, pero no a cualquier precio. Nada sustituye la contingencia del encuentro entre analizante y analista de cuerpos presentes en una sesión.

Nos toca resguardar la especificidad del psicoanálisis en estos tiempos adversos que nos ha tocado vivir sin perder la brújula de nuestros principios y sostener lo que no puede doblegar el amo: nuestra ética.

El control de las poblaciones afecta a cada uno de manera diversa introduciendo nuevas formas de malestar en la cultura, como muy bien lo resaltan nuestros colegas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en lo anunciado para el debate de Zadig España, que se enmarcan en la inquietud por el por-venir y en este significante recién nacido “nueva normalidad”. 

Lo que queda por-venir nadie lo sabe. Varda Yoran, de 90 años, manifiesta su inquietud: “No habría que fijar un límite a partir del cual la vida de una persona ya no tiene valor. Nadie tiene derecho a decirme que soy prescindible. Las personas mayores podemos ser productivas y hacer contribuciones al mundo con la perspectiva de la edad y de la experiencia me entristece que mucha gente piense que la edad es un criterio para decidir si merece salvar una vida o no”.

Los dejo con este testimonio para que pueda servirnos de reflexión.

Elida Ganoza

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Me parece importante pensar si las salidas posibles son ante la pandemia o si habría que situar ahí otra cosa. En ese sentido conviene distinguir dos reales, algo que ya ha sido señalado por varios psicoanalistas, tomo aquí la cita de Marie Helene Brousse sobre ello:

 “Para comenzar señalaría que tenemos tarea en dos órdenes distintos de real. De una parte, está el real del virus, su transmisión y sus efectos. Por otra parte, está el real en el sentido que Lacan le dio en psicoanálisis. El primero es un hecho universal, aunque las manifestaciones sean diferentes según los organismos a los que el virus ataca. Él es identificable y tratable, en consecuencia, es objetivable. El segundo es una de las tres dimensiones, que, juntamente con lo imaginario y lo simbólico, componen el nudo singular en el que el cuerpo hablante se sostiene”[1].

Entonces las salidas posibles me parecen tendrían que ver con el real del cuerpo hablante, ese que se vivencia de manera singular en cada uno de nosotros frente al hecho universal del virus. Desde esa perspectiva las posibles salidas tienen que ver con cómo nos las arreglamos con lo real, es decir cómo cada uno hace algo a partir de su síntoma. Recuerdo el pase de Ana Aromi donde al hablar de su maternidad, del acto de dar de mamar y la separación, señala que “Mientras que otras preguntaban, a sus madres, o al pediatra, yo preguntaba a Lacan. Cada uno pone el saber donde lo pone”[2]. Así las salidas son singulares. En mi caso, es apostar por la transferencia de trabajo en la escuela, por mi análisis, y por hacer, de la pérdida y el no saber de la práctica a través de lo virtual, algo fecundo.

Lilibeth García

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Primer entrada:

Del padre a la mujer.

Radiofonía[3]: “Si insisto en acentuar mi demora respecto a vuestra prisa, es porque es necesario que recuerden que allí donde ilustré la función de la prisa en lógica, subrayé el efecto de señuelo del que puede hacerse cómplice”. Los señuelos de la potencia -dirá Miller en la Angustia Lacaniana- siguiendo el texto de Radiofonía, se ubica el Discurso Universitario, su procesión, “es como el amo pero más oscurantista”. Recordemos que al no tener en el horizonte el tiempo de concluir, el señuelo hace las veces de aquello que sólo podrá destituirse como acto. El tiempo de concluir es un acto que le quita la certeza a la angustia.

“La prisa sirve a la ambigüedad de los resultados, que resuena con revolución. (…), resaltar la utilidad de esta huella para desmarcarse de la seducción (…) El efecto de progreso a esperar es la censura”.

“The time is out of joint”. El tiempo está fuera de quicio, o si prefieren, el tiempo ha dejado de poder ofrecer una articulación, joint es articulación. Fuera de eje, “Hamlet” una obra que también puede ser leída en sus temporalidades.

Las dislocaciones que produce ese agujero forclusivo que el duelo introduce, no hay fantasma que lo soporte, ritos clandestinos, duelos maníacos, duelos melancólicos. “En la manía se sutura el instante de ver con una conclusión precipitada. Gertrude con las sobras del entierro se hace el banquete de boda[4]. Se apresuran los ritos funerarios o simplemente no hay posibilidad de llevarlos a cabo, lo cual compromete el tiempo de comprender en el sentido de bordear el agujero en juego. Desmentida de lo real: sopa de Wuhan. El duelo melancólico está detenido en el tiempo de comprender, se pliega una y otra vez en regodeo y en mostración, los vaivenes de Hamlet a punto de… Explota todo lo que llamamos S(Ⱥ). Hoy: ritos interrumpidos. No sólo en la vertiente de la irrupción de un cambio en los hábitos cotidianos, sino también en la imposibilidad de los ritos funerarios por la presencia del virus. Lo clandestino señalado por Lacan en su sexto seminario, vuelve a tener preponderancia en la actualidad.

Segunda entrada:

Los recursos.

Una cosa es la experiencia, otra muy distinta es introducir la lógica del testimonio.

Aquí tomaré el sesgo de la experiencia como religiosa, sigo a Miller en psicoanálisis y religión, lo sigo y lo desvío. El testimoniar es del orden de la soledad. La experiencia religiosa, dar sentido, es solidaria del individualismo democrático. Lo que responde a lo real es el sentido. Cuando la cosa disfunciona las respuestas se hacen con las disciplinas del sentido. Sálvese quien pueda, o haz lo que te plazca. La novedad es que la experiencia religiosa se separó de la verdad y se volvió discípula del bienestar. Pero la hiancia no cambia. S(Ⱥ) inmutable. Dios en cambio, el dios de Lacan surge de la no relación sexual, dios es un goce suplementario, que introduce el infinito.

Una soledad que se introduce en el lazo, cada uno particularizado por la vía de cada quien en la radicalidad hetero, que según Lacan es la vía de una escapada.

El peso de escapada no recae en escaparse, sino en la satisfacción obtenida en esa vía, más allá de la experiencia de sentido.

Para terminar: Pasión quiere decir que uno no puede más, lo nuevo hay que sufrirlo, o si prefieren, estamos invitados a construir un malestar.

Laura Benetti

4

Lo primero que pensé al leer el título fue si convenía cavilar en una posible salida. Más allá incluso de que ayer (22 de junio) se hayan abierto algunos centros comerciales y hayan quedado sin efecto las restricciones para movilizarse, el peligro es aún latente. En uno de los artículos que Miquel Bassols publicó hace unas semanas[5] mencionaba que, si bien no habría que acomodarnos demasiado a esta forma de vida, el final del túnel quizá no sea lo que añoramos. Podría incluso ser peor, por lo que no vendría mal quedarse un ratito más aquí. Sin embargo, yo me pregunto por la idea de entrada y de salida. Al analizar el acontecimiento actual de esta manera nos figuramos este tiempo como un lapso. A saber, como un corte entre dos puntos, como un trayecto (en su definición latina), con un inicio y un final, como si se tratara de un viaje en el que en algún punto podemos regresar. Aspiramos así, con cierta nostalgia, regresar al punto en el que nos quedamos: retomar nuestros trabajos, nuestra rutina y, en general, nuestra forma de vida. Como si se tratara de un mal sueño del que pronto esperamos despertar. Creo que tomar la pandemia de esta forma tiene efectos palpables inmediatos: ¿habría entonces que esperar la salida del confinamiento para echar a andar la fantasía de un mejor mañana aplazando el deseo de hoy? Y sí, eventualmente el virus se irá, aunque el efecto traumático filtrado en lo social tarde un poco más.

José Miguel Rios


[1] Marie-Hélène Brousse.(2020). Coronavirus: ¿Elección forzada? Recuperado de https://zadigespana.com/2020/06/21/coronavirus-eleccion-forzada/

[2] Anna Aromí. (2018). Conferencia de apertura. El deseo de ser madre: ¿por qué, para qué, para quién…? XII Jornadas de la Nel-Lima: La locura de ser madre. Lo que el psicoanálisis enseña.

[3] Jacques Lacan. Otros Escritos. Radiofonía.

[4] William Shakespeare. Hamlet.

[5] Miquel Bassols. Coronavirus: “La ley de la naturaleza y lo real sin ley”. En: https://zadigespana.com/2020/03/20/coronavirus-la-ley-de-la-naturaleza-y-lo-real-sin-ley/

IDEAS SUELTAS DE LA REUNIÓN  DE BIBLIOTECA DE LA NEL-LIMA EL 01 DE ABRIL DEL 2020 por José Miguel Ríos

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IDEAS SUELTAS DE LA REUNIÓN  DE BIBLIOTECA DE LA NEL-LIMA EL 01 DE ABRIL DEL 2020

Las distancias no miden lo mismo

de noche y de día.

A veces hay que esperar la noche

Para que una distancia se acorte

A veces hay que esperar el día”.

– Roberto Juarroz

W-5346

Frente a la imposibilidad de reunirnos en un espacio público común, nos reunimos todos virtualmente. Causados por la Escuela y el Psicoanálisis, dependemos ahora del tiempo del Otro e intentamos consentir hacia un trabajo colectivo.

El poema de arriba fue tomado de un texto compartido hace unos días y se repite aquí porque no deja de ser actual. Quizá ahora los días no sean distintos, mas una noche de Escuela es suficiente para saber que es miércoles. Acortamos con nuestro tiempo las distancias.

Es inevitable poner sobre el tapete al duelo y la muerte. Es nuestro menester aceptar el duelo de la vida que llevábamos antes para llevar la vida que tendremos después. No es algo que se encuentre aún del todo iluminado pues nos enfrentamos a un peligro que no se oye. Un virus inodoro, insípido e incoloro que, sin embargo, se hace sentir en una tranquilidad silenciosa, como decía Emilio Lledó en una entrevista reciente.

Decía también éste filósofo miembro de la RAE y sobreviviente de la guerra civil española que nos encontramos ante un vacío de sentido: “durante la guerra sabíamos qué hacer… la experiencia es la esencia del conocimiento y esto es lo contrario a lo experimentado y a lo conocido”. Se declara él entonces inexperimentado acuñando un significante que no existe aún en los diccionarios.

La preocupación más grande se cierne ahora en relación a la muerte, ya sea porque esta llegue de la mano del virus, ya sea que se trate de una muerte como sujeto en relación a lo que se era antes o ya sea porque uno muera económicamente al no saber cómo conseguir las monedas con las que se vivirá a futuro, podríamos permanecer muertos con vida -pero sin la bolsa-. Varados sin poder ir ni para adelante, ni para atrás.

Esta última cara de la muerte se percibe con el soporte de la cuestión económica en el sentido de productividad. Ser siempre productivos ha sido la consigna bajo la cual hemos vivido donde el Superyó encuentra un terreno fértil comandando a no perder el tiempo, aprovechar el tiempo libre en confinamiento lo más que se pueda con horarios establecidos, libros no leídos, tesis no escritas, habilidades no aprendidas, llamadas no realizadas, reflexiones procrastinadas. Lo insoportable del confinamiento sería entonces estar a solos con el superyó propio.

Queda por diferenciar, además, los dos tiempos distintos con respecto al impacto del trauma en lo colectivo. Siguiendo a Miquel Bassols, psicoanalista de AMP, el Covid-19 es un real que sigue una ley que la ciencia está intentando descifrar. Mientras que la epidemia sería un real sin ley, es decir, un real inherente al sujeto que vive en el lenguaje. Se mueve este en otro tiempo, un tiempo colectivo. Y, que a su vez, acompaña al primero, como su sombra.

Queda entonces aún un tiempo para comprender, para subjetivar, para volver a andar, para volver a hacer algo con ese vacío que nos permita alojar una pizca de aquella incertidumbre y alojar así un deseo futuro.

 

José Miguel Ríos