dispositivo analitico

La transferencia en la psicosis; por Lilibeth García

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El dispositivo analítico que Freud inventó fue construido a partir de la escucha de sujetos neuróticos. El tratamiento con estos sujetos permitía la interpretación a partir del lugar que el paciente le daba al analista, era por ese lugar en el que era colocado, que había la posibilidad de que la interpretación tuviera efecto sobre el sujeto. Por ello, cuando Freud investiga la psicosis se encuentra con una gran dificultad: estos sujetos no eran permeables a la transferencia y por lo tanto tampoco a la interpretación. Nos explica que se debe a que en ellos la libido está concentrada en el yo (es narcisista) y no ha sido cedida al objeto, es así como se pregunta ¿Cómo podría operar o intervenir el analista, allí donde el psicótico no tiene otro objeto de interés más que sí mismo?  concluye que el tratamiento analítico con sujetos psicóticos no es posible, por lo menos hasta donde sus investigaciones habían llegado.

Reformulando la pregunta a la luz de los desarrollos de Lacan ¿Cómo pensar la transferencia en la psicosis, cuando el sujeto no coloca al analista como sujeto supuesto saber, sino que es él quien sabe?  y ¿Qué otro tendría que encarnar el analista, en la transferencia, cuando el estatuto del Otro puede implicar una figura de goce real para un sujeto?

Lacan le devuelve la dignidad a la psicosis, a la palabra del sujeto psicótico, pues no ve en su discurso ni en su estructura un déficit sino una relación particular que un sujeto tiene con el lenguaje. Un sujeto que no se deja engañar por lo simbólico, que está en el lenguaje, pero, que no logra abrochar lenguaje, cuerpo y goce, al menos no a partir del Nombre del padre.

En algunos casos el sujeto psicótico se nos presenta como invadido por un goce que no puede nombrar. Está ante un vacío de significación acompañado de un goce que retorna en lo real, he intenta una reparación de su mundo a partir de la construcción de un delirio, tal como se ve en el presidente Schreber. Él, mejor que nadie, sabe lo real de lo que vive en su cuerpo y de las interpretaciones delirantes que son sus verdades incuestionables. ¿Hay otra interpretación que requiera además de la propia? Sin duda no. Ya cuenta con certezas, delirios y un goce real.

Sea una neurosis o una psicosis, si el analista está ubicado en el discurso analítico, no debe identificarse con el lugar del saber porque el saber del que se trata, si es un sujeto neurótico, es inconsciente, pero, si se trata de una psicosis ya no será la emergencia de lo reprimido sino un retorno en lo real. La psicosis no nos permite embriagarnos con el sentido, es decir con la hystoria que uno se cuenta y ordena para dar sentido al síntoma, sino que puede tomar la forma de una cadena rota, donde el encadenamiento puede no encontrar un punto de capitón y vivir la experiencia de que no hay un sentido que abroche el cuerpo o la certeza de una idea delirante.  

Retomando la pregunta por el lugar que debe ocupar el analista, Erik Laurent nos dice: “… hay que escuchar la ruptura del analista con su anclaje en la suposición. No está en el lugar del sujeto supuesto saber, está en el lugar del que sigue” [i]

Esta posición del que “sigue lo que el analizante tiene que decir”[ii],  se corresponde con la posición del analista como “secretario del alienado”[iii]. Posición que considera va muy bien a la luz de la práctica contemporánea del tratamiento de la psicosis, llama a esta posición del analista “el secretario inventivo del alienado”[iv]. Resaltando que no es una posición pasiva, no es solo escuchar y tomar nota, se trata de una posición muy atenta, que debe tener en cuenta, siempre, la posibilidad de un pasaje al acto o de lo real del goce que está en juego. Por ejemplo, en el delirio nos da una indicación clínica valiosa “hay que diferenciar el delirio de su dirección”[v]. No todo delirio lleva a buen puerto, porque puede apuntar al sin límite, y además nos dice que no se trata de ayudar a delirar al paciente con la idea de que todo delirio es estabilizador sino de ayudarlo a elegir que de ese trabajo del delirio puede ir en camino a una nominación.

Esta perspectiva contemporánea de tratamiento de la psicosis no desecha diversas operaciones que el analista usa en relación a la pragmática del goce del sujeto psicótico, donde, parte de esas operaciones pueden ser la necesidad de que el paciente reciba medicación o que se usen maniobras que apuntan a cierta reparación de lo imaginario (arte, dibujo etc.), pero, considera que eso no es todo, sino que forma parte de una apuesta mayor donde  “los tratamientos posibles siempre han apuntado a ayudar al sujeto a nombrar esta cosa innombrable…Esta nominación es, al mismo tiempo, una empresa de traducción constante de lo que alcanza de lo que excede la significación”[vi] (Laurent, 2017, p.156).

Entonces si con Freud la transferencia no era pensable con el sujeto psicótico porque el dispositivo estaba pensado en un modo de interpretación desde el sentido, con Lacan, la transferencia y por lo tanto el tratamiento psicoanalítico si es posible, pero desde otro lugar, ¿Cuál? Desde la pragmática del goce y no desde el sentido, esto pone en juego la cuestión de estar atentos a lo que  puede ir en camino de anudar y desanudar al sujeto.

La transferencia y la interpretación en la psicosis requieren otro modo de operar del analista. Es importante ubicar en la escucha del paciente, qué otro no conviene ocupar. De manera general, podemos decir que no conviene encarnar un otro invasivo o demasiado interesado, pero el matiz del semblante que se requiere sostener solo podrá irse extrayendo a partir de la singularidad del sujeto,  sin embargo, hay aspectos que son importantes de resaltar, y que ya se han mencionado, tales como, que el practicante no debe ubicarse en el lugar del saber ni empujar a la producción de sentido cuando lo que hay es un agujero. Lo que conviene con la psicosis, tal como nos lo recuerda Guy Briole, es “que el analista acepte dejarse engañar, que sobre todo no exija ‘la verdad’. No la verdad que siempre la palabra erra, sino aquella que permite la encuesta y la vigilancia hospitalaria. En el polo opuesto a la persecución de las ‘producciones patológicas’ del paciente, es importante dejar espacio para la libertad de no decir” [vii].

Erik Laurent nos advierte que acompañar al sujeto psicótico en la empresa de traducción no es un cuento de hadas pues esta la posibilidad de un pasaje al acto, que también es una forma de nominación. Propone que este realismo de la estructura requiere que el analista sea un “secretario atento al caso, nominalista, bien centrado en lo que se dice, que no deja pasar un encadenamiento que vela sobre el realismo de las estructuras, que intervienen teniendo en cuenta esos entrelazamientos, esos nudos”[viii] p 162. 

Guy Briole también apunta a esta posición activa del analista frente a la psicosis, desde una posición ética, es decir, desde el deseo del analista que “se compromete a este trabajo de transferencia no para mantener lo continuo, sino para hacer posible un paso más, en un trabajo psicoanalítico que lo lleva a arriesgarse a la desarmonía, al desacuerdo”. Es decir, implica asumir riesgos. Esto me hace pensar en el tacto, la precaución y la invención que requiere de parte del practicante poder acompañar en la transferencia al sujeto psicótico siendo un obstáculo quedarse en la pasividad por temor a desencadenar o desestabilizar al paciente o por temor a que el lazo transferencial tome un giro al exceso. Pero también es un obstáculo un activismo que lleve a mostrarse como otro invasivo, que sabe, y que interpreta desde el sentido al sujeto. Frente a esas dos posturas opuestas se plantea un practicante como dice Guy Briole con “compromiso, flexibilidad y, además, una parte de semblante”[ix].

Comparto una pequeña viñeta de Guy Briole que me parece preciosa para mostrar como el acto del analista es siempre contingente, no tiene garantía y es solo por sus efectos que se puede saber que tuvo ese estatuto:  

Una mujer joven, en análisis desde hace mucho tiempo, se encuentra, aunque nada lo dejaba prever, en un momento dado de su vida, desesperada; un dolor moral la lleva más allá de los remordimientos o la culpabilidad. Las palabras ya no contienen nada de lo que la conmovía antes. Es un peligro para su hijo y no ve otra solución que darse la muerte, para librarlo de su presencia dañina. El analista sabe que tranquilizarla sería precipitarla. En esta urgencia de la vida, el analista se oye a sí mismo decirle: “el niño que fui en el lugar donde está su hijo hoy, hubiera preferido, a todas las dificultades que vivía su madre, que se quedara cerca de él”. Tanto el analista como la analizante se quedan pasmados ante este enunciado. Ella dice con gran emoción, con el rostro conmocionado, estar sorprendida de haber sentido en este instante otra vez amor por su niño. Algo de vida late de nuevo en ella.[x]

Finalmente podemos evidenciar que son los sujetos psicóticos quienes mantienen a veces un lazo transferencial de largos años, incluso más allá de la asistencia a las sesiones, como me lo hace saber diariamente una paciente psicótica que atendí durante un año y que dejé de atender hace más de cinco, pero que religiosamente me saluda todos los días por WhatsApp. Me preguntó ¿Qué función tiene para ella enviarme este mensaje?  Cierro aquí.

¡Gracias!

Lilibeth García, miembro de la NELcf y la AMP

Bibliografía


[i] Laurent, É. Disrupción del goce en las locuras bajo transferencia. Freudiana N°84. La interpretación poética. 2018. https://freudiana.com/revista/freudiana-no-84/

[ii] Ibid.

[iii] Laurent, É. (2011). El sentimiento delirante de la vida. Buenos Aires, Colección Diva.

[iv] Ibid.

[v] Ibid.

[vi] Ibid.

[vii] Briole, Guy. Clínica continuista, bajo transferencia. Texto de orientación para el XI Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia. https://congresoamp2018.com/textos/clinica-continuista-transferencia/

[viii] Ibid.

[ix] Ibid.

[x] Ibid.

EL ANALISTA SE AUTORIZA DE SÍ MISMO Y DE ALGUNOS OTROS por Renzo Pita Zilbert

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Me corresponde hacer un comentario acerca de un principio fundamental de nuestra escuela, de nuestra comunidad que figura, como todos saben, en “La proposición del 9 de octubre de 1967…”. Dicho principio reza: “el analista no se autoriza sino a sí mismo”. Es sabido también que, en el año 1974, en el seminario 21, Lacan hace un agregado a esta frase que hace que ahora la enunciemos con el añadido final: “…y de algunos otros”.

Para una lectura de este principio conviene recordar por qué Lacan se vio en la necesidad de formularlo. ¿Cuál es la necesidad o el problema que con este enunciado se busca resolver? Pues bien, lo que está en juego aquí es un asunto que Lacan venía reflexionando por lo menos desde 1956 y que puede denominarse “el problema de la garantía” o “la paradoja de la garantía”, como lo denomina Miller.

En el escrito “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956”, podemos ver que Lacan se plantea este problema cuando cuestiona la forma en que IPA garantizaba la formación del analista, pues mientras que esta asociación postula que la formación de los analistas debe avalarse con un análisis realizado por un psicoanalista denominado didacta, Lacan señala aquí que la calidad del psicoanalista depende de la calidad del psicoanálisis.

Con esta afirmación -la calidad del psicoanalista depende del psicoanálisis- Lacan critica, en primer lugar, ubicar la garantía de la formación en algunos pocos analistas que conformarían una suerte de élite que él llama en este escrito “Beatitudes” y “Suficiencias”. ¿Qué es un psicoanalista?, según este modelo de formación, un psicoanalista es -para decirlo con una frase de Arenas[1]– “es aquel que se ha analizado con un excelente analista”.

Si Lacan critica esto es, en primer lugar, porque las virtudes de un análisis no radican tanto en la persona del analista, sino en la orientación que se hace de la experiencia analítica y en la concepción del final de análisis que se tenga de la misma. Decir que la calidad del analista depende del psicoanálisis desplaza el problema a la orientación del dispositivo clínico y al tema del final de análisis.

En segundo lugar, con esta afirmación Lacan también critica poner el acento en unos pocos analistas para garantizar la formación, pues esto ocasiona tener una comunidad de trabajo marcada por jerarquías, lo cual lleva a que dicha comunidad se constituya con una estructura de masa, donde hay unos muchos iguales que se agrupan en relación a unos pocos excepcionales. Asimismo, no es sorprendente notar que, en una comunidad donde se ubicó la garantía de la formación en unos pocos analistas, se haya gestado un final de análisis que apunta, justamente, a la identificación con el analista.

Como quizás ya puede intuirse, pensar el problema de la garantía implica considerar que éste está íntimamente ligado al tema del final de análisis. Si se tiene una concepción del final de análisis donde de lo que se trata es de identificarse al analista o, dicho de manera más general, donde hay un Otro que dotaría al ser hablante del significante o del objeto que le falta para colmar su falta en ser, pues la garantía de la formación se encuentra ubicada justamente en aquel Otro que tiene la clave del ser del sujeto divido.

Esta relación entre el problema de la garantía y el final de análisis es, precisamente, lo que hace que Lacan se demore alrededor de veinte años en dar una alternativa distinta a la establecida en la IPA. Es recién a mediados de los sesenta, cuando tiene una teoría del momento del pase, de la alienación y la separación, de la caída del sujeto supuesto saber y del atravesamiento del fantasma que Lacan está en condiciones de dar una solución a dicho problema. Y es ahí donde nos encontramos con su principio del psicoanalista que se autoriza de sí mismo, el cual es solidario de un intento de eliminación de las jerarquías, de una orientación hacia lo real, de un final de análisis que apunta a la destitución del sujeto supuesto saber, etc.

Ahora, ¿en qué consiste esa autorización del analista de sí mismo y de algunos otros? En primer lugar, habría que decir que el término “autorización” dista mucho de hacer referencia a una identificación con un S1 venido del campo del campo Otro, tal como lo muestra Lacan en el mecanismo de la alienación, puesto que en la alienación se trata de un sujeto barrado que se dirige a un Otro consistente, completo que, supuestamente, tendría el S2 con el cual lograría obturar su brecha constitutiva.

En realidad, la autorización a la que hace referencia Lacan en este principio, es, me parece, en cierto modo, más compatible con la operación de separación. Señalo esto porque la separación es una operación paradójica de disyunción/conjunción entre el sujeto y el Otro. Es una operación que articula al sujeto con el Otro y, al mismo tiempo, los separa. Es por ello que es un mecanismo útil para pensar la paradoja de la autorización del analista de sí mismo y de algunos otros. Recordemos brevemente cómo funciona.

El mecanismo de la separación podemos dividirlo en dos tiempos. En un primer tiempo, tenemos el conjunto del sujeto y el conjunto del Otro relacionados por una intersección y, en dicho cruce, tenemos tanto la falta del sujeto como la falta del Otro. Se trata entonces aquí de la intersección de dos carencias, de dos faltas, el $ y el S(A/), el sujeto dividido y el deseo del Otro.

La manera en que esta dinámica entre el sujeto y Otro se hace patente podemos observarla cuando un ser hablante, tomado por su falta en ser, empieza a preguntarse por la enunciación del Otro. Esta operación se hace manifiesta cuando un sujeto divido se pregunta por el deseo del Otro, y eso lo hace hurgando en los intersticios del discurso del éste, es decir, en sus lapsus, en sus síntomas, en sus ausencias.

La pregunta por excelencia que el sujeto le dirige al Otro en la alienación es “¿qué quiere decir esto que me ocurre?”, pero la pregunta central que el sujeto le dirige al Otro en la separación es “¿que soy en tanto objeto para ti?”.

El segundo tiempo de la separación es un poco enredado y tiene que ver justamente con la forma en que el sujeto responde a esta pregunta que le dirige al Otro; tiene que ver con el modo en que el sujeto reacciona ante este cuestionamiento, que es producto del cruce de estas dos faltas. Y hay que decir que el modo en que el sujeto responde ante esta pregunta es diametralmente opuesto al modo en que lo hace a la pregunta propia de la alienación, pues en la alienación el sujeto busca el complemento de su falta en ser en el campo del Otro; sin embargo, en la separación, esa complementariedad de su falta la encontrará en su propio cuerpo, en la instalación de una modalidad de goce de su propio cuerpo.

Si intentamos decir esto de un modo un poco más claro, podríamos señalar que el sujeto dirige al Otro su falta en ser, pero no puede obtener ningún complemento de este último, pues lo que el Otro le ofrece es simplemente otra falta, otro vacío. Es en este punto donde el sujeto crea su propio complemento positivizando esa falta del Otro, positivizando ese vacío del Otro, haciendo de ese vacío un recorrido de su pulsión. El sujeto entonces hace de ese vacío que es el deseo del Otro un objeto de su satisfacción haciéndose mirar, haciéndose devorar, haciéndose oír, etc. El vacío que está en el seno del deseo del Otro es transformado, por el ser hablante, en un objeto para su satisfacción pulsional y, de esa manera, como dice Gorostiza[2], convierte su “falta en ser” en un “ser de la falta”. En otras palabras, lo que empieza con una falta en ser dirigida al Otro, termina por producir un ser de goce en el seno del deseo del Otro.

En este punto, es importante agregar que el dispositivo analítico también puede ser descrito como un continuo de alienaciones y separaciones. La alienación, por ejemplo, tiene su presencia en la experiencia debido a que el analista ocupa el lugar del sujeto supuesto saber. Del mismo modo, la separación se hace presente en el análisis debido a que aquí también ocurre la intersección de dos faltas, de dos carencias, pero donde una de ellas es el-deseo-del-analista, lo cual cambia la historia por completo.

Me parece que el-deseo-del-analista produce un tipo de separación distinta a la que se ha descrito más arriba. Había dicho antes que la pregunta por excelencia que el sujeto le dirige al Otro en la separación es: ¿qué soy para ti en tanto objeto? También podemos decirla en su forma clásica: ¿qué me quiere? No obstante, la pregunta que un analizante le dirige a un analista en el marco de esta separación particular no es esa. Gorostiza señala que la pregunta aquí sería “¿qué me quiere decir?”. Asimismo, la respuesta pulsional del analizante ante esta pregunta no es la misma que desarrollamos más arriba.

Cuando un sujeto lleva su división subjetiva donde un analista, lo que ocurre es que también se intersectan dos faltas, sin embargo, aquí una de estas faltas es el-deseo-del-analista. La particularidad de este deseo-del-analista es que no produce un hacerse devorar por el Otro, un hacerse ver o un hacerse oír, sino un deseo de saber, como señala Miller en “El banquete de los analista”. El-deseo-del-analista permite desarmar este tipo de operaciones donde el sujeto se renueva como objeto para el Otro. Por el contrario, el-deseo-del-analista permite desarmar estos montajes pulsionales donde el sujeto se hace objeto del Otro. Lo interesante de este deseo-del-analista es que propone al sujeto un recorrido de la pulsión ligado al deseo de saber y, en este mismo movimiento, es capaz de producir en este mismo sujeto un deseo-del-analista.

Entonces, cuando decimos que al analista se autoriza de sí mismo y de algunos otros, hay dos posibles maneras en que podemos entender aquí el término analista. La primera tiene que ver con el analista en tanto función del dispositivo analítico. La segunda se vincula más al analista como resultado del final de análisis. Este principio, por supuesto, funciona para estas dos acepciones de la noción de analista.

En cuanto al analista-función podemos decir que esta autorización ocurre, justamente, cuando el analista ha podido constatar que algo de este deseo de saber, que algo de este deseo-del-analista está operando en él para la elucidación de su propio inconsciente y el de otros. Lo que se constata en esta autorización no es tanto un resultado acabado de dicha elucidación, sino, sobre todo, un trabajo, pero un trabajo en el sentido del trabajo del duelo del que hablaba Freud.

Sin embargo, la constatación de este tipo particular de trabajo producto del análisis es imposible de realizarse sin algunos Otros. Ahora, hay que aclarar que estos Otros a los que nos referimos distan mucho de ser completos, consistentes o del reconocimiento, pues ya no estaríamos en la dialéctica de la autorización analítica a la que nos referimos. Se trata aquí en cambio de unos Otros, que al igual que el analista, están habitados también por algo de este deseo de saber, de ese deseo de analizar que se obtiene en el análisis.

La frase “el analista se autoriza de sí mismo y de algunos otros” tiene que ver sobre todo con un deseo de saber, con un deseo-del-analista que se corrobora con otros deseos de la misma estofa al dialectizarse con ellos. Lo que se intersecciona en esta dialéctica de la autorización son vacíos, opacidades, pero puestos a trabajar por un deseo-del-analista surgido en el análisis, de tal manera que se verifican mutuamente, se encausan los unos a los otros al estar cada uno, de modo singular, en su propio recorrido.

En cuanto al analista como resultado del fin de análisis, considero por el momento que no debe ser algo muy diferente a lo que acabo de señalar, salvo que aquí se ha llegado a un momento de concluir definitivo acerca de la elucidación de este sí mismo y de la forma de arreglárselas con él.

El principio “el analista se autoriza de sí mismo y de algunos otros” habla sobre todo de la dialéctica que surge en el encuentro de los analistas, del lazo de los analistas y de su vida en la Escuela. En definitiva, nos permite esclarecer cómo podría ser una Escuela habitada por la transferencia de trabajo, donde este trabajo hace referencia a una posición analizante sobre lo real que nos habita.

Renzo Pita (asociado de la NELcf-Lima)

[1] Arenas, Gerardo. Sobre la tumba de Freud.

[2] Sinatra, Ernesto. Las entrevistas preliminares. Clase IX.